El pasado 6 de noviembre falleció Darío Pérez Madera.
En ese momento era el Director General de Samur Social y Emergencias Sociales del Ayuntamiento de Madrid.
Pero Darío que fue muchas cosas a lo largo de su carrera. Fue, sobre todo, el pilar fundamental de la red de atención a las personas sin hogar de la ciudad de Madrid.
Una persona sin cuyo concurso no se entendería la trayectoria de Acción en Red Madrid con las personas sin hogar. Ni los avances en el desarrollo y la atención a las mismas. Tampoco algunas de sus ausencias.
Llegó a la dirección del Centro de Acogida San Isidro, entonces Albergue municipal de San Isidro, en 1991. Según sus propias palabras se encontró con una plantilla desmotivada, más preocupada por la gestión de la necesidad que por buscar un horizonte de mejora de los y las usuarias del centro. Se propuso cambiar la inercia, apostando por el reconocimiento de los derechos de las personas atendidas y la mejora y dignificación de la atención y los espacios en la que se llevaba a cabo. Afirman quienes allí trabajaban cuando dejó la dirección que lo consiguió. Podemos corroborar que el San Isidro actual es mejor y diferente del que se encontró.
Con el cambio de siglo cambió de destino haciéndose cargo de la dirección general. Fue desde ella desde donde inició el proceso de expansión de la red municipal, la puesta en marcha del Samur Social. Como contraparte apuntar que dicho reforzamiento de la red se produjo a base de externalizaciones de servicios, en demasiadas ocasiones a costa de las condiciones laborales y la calidad de los dispositivos.
Mención aparte merece la creación del Foro técnico local para las personas sin hogar. Órgano de debate y propuesta creado para dar cabida a las entidades que aun trabajando en el mundo del sinhogarismo carecían de espacio de interlocución por su tamaño o su tarea. Una apuesta por la participación de todos los actores posibles que, con deficiencias, dio frutos interesantes.
Funcionario ejemplar y comprometido con la realidad con la que trabajaba. Nunca dejó de estar en la calle, a pesar de que desde décadas atrás su destino y sus tareas estaban situadas en los despachos. No era inhabitual cruzártelo por las calle del centro de Madrid a primera hora de la mañana hablando con los que en sus calles dormían. Preocupándose por sus circunstancias, procurando convencerles de la necesidad de acudir a tal o cual recurso.
Generoso, polemista, trabajador.
Era capaz de recogerte a las 6:30 en una estación de cercanías para reunirse contigo a tratar un caso y volver a mantener otra reunión ese mismo día a las 19:30 con las mismas personas para otra cuestión complemente diferente.
Nunca dejaba nada sin responder.
Nunca decía que no a una petición de ayuda.
Nunca dejó de reconocer el trabajo ajeno, de fomentarlo y de aplaudirlo.
No faltó a ninguna edición del Fiestival, en ocasiones para ayudar, otras solo para dar apoyo y saludar. Solo este año ya muy avanzada la enfermedad que ha acabado con él de forma cruel faltó a los actos del Día de las personas sin hogar.
Nos visitó en numerosas ocasiones en La Bóveda, algunas como público en algún acto. La mayoría como ponente en las formaciones que periódicamente realizamos como parte de nuestro trabajo con personas sin hogar.
Heredamos relación y amistad con Darío de nuestro (y suyo) compañero y promotor de nuestro trabajo Antonio, otro empleado público ejemplar y comprometido mucho más allá del deber laboral.
Como él deja una huella imborrable en nosotros y en el pequeño universo que nos unió y compartimos.
Durante estos 25 años de vida del proyecto hemos discutido, acordado, debatido, compartido y discrepado de innumerables cosas con Darío. Desde la cordialidad y el respeto las más de veces. Aunque hubo encontronazos y situaciones agrias y difíciles.
Las superamos todas porque siempre supimos que estábamos en el mismo lado. El de quienes creen que los derechos de las personas sin hogar están por encima de los matices y ponen el objetivo común, el fin del sinhogarismo, por encima de las diferencias.
Sirva este breve texto para homenajearlo y hacer llegar nuestro abrazo y cariño tanto a su familia, como a todas aquellas personas que, como nosotras se sienten un poco más huérfanas en el trabajo con personas sin hogar.
Que la tierra te sea leve, compañero.