Francisco Castejón
Miembro de Acción en Red-Madrid.

INTRODUCCIÓN

La Conferencia sobre Cambio Climático de las Partes número 29, o COP29, se celebró entre los días 11 y 22 de noviembre de 2024 en un lugar exótico, Bakú, capital de Azerbaiyán, que prefiguraba el resultado final, al igual que ha ocurrido en ediciones anteriores: una nueva oportunidad perdida para atajar el cambio climático. Del mismo modo que la COP28, la COP29 se celebró en un país productor de petróleo como Azerbaiyán, cuyo presidente Ilham Alíyev, de forma lógica con sus intereses, señaló en su discurso de apertura que en la transición energética había que tener en cuenta todas las tecnologías energéticas: el petróleo, el gas … y, tras titubear un poco, añadió la eólica. Se puede decir más alto, pero no más claro: ningún interés en reducir el consumo de combustibles fósiles.

En la COP21 que tuvo lugar en París, en 2015, se fijó el límite de la concentración de gases de invernadero en la atmósfera que garantice que el aumento de temperatura que se podía alcanzar a finales de este siglo no fuera superior a 1,5º. Por encima de esta temperatura se desencadenarían una serie de fenómenos que podrían disparar un aumento mucho mayor de temperatura, lo que, a su vez, generaría una serie de fenómenos atmosféricos extremos que serían catastróficos para la humanidad. Estamos hablando de olas de calor, sequías extremas, huracanes, tornados y precipitaciones intensas que pueden dar lugar a inundaciones. Inundaciones como la que se produjo en Valencia el día 29 de octubre.

Estábamos acostumbrados a sufrir gotas frías, que luego recibieron el nombre más científico y descriptivo de DANAs (Depresión Aislada a Niveles Altos), pero lo ocurrido en la costa mediterránea, con especial dureza en Valencia, supera con mucho todas las tragedias vividas en las anteriores DANAs. El número de víctimas y la destrucción sufrida no tienen precedentes. Más allá de las consideraciones sobre la gestión de la emergencia, que merecerían la dimisión del presidente de la Generalitat Valenciana y de al menos dos consejeras, y del urbanismo insensato desarrollado en la zona, hay que buscar la explicación de lo sucedido en los fenómenos climáticos generados por el calentamiento excesivo del Mediterráneo. Este dio lugar a una enorme evaporación de agua que topó con una masa de aire frío, lo que produjo una precipitación sin precedentes en cotas altas del territorio que fueron desaguadas a través de los barrancos de la zona por los que siempre había fluido, e inundó los terrenos aledaños con gran impacto y sufrimiento. La dinámica de los acontecimientos permite aseverar que el calentamiento global ha sido el causante de que esta DANA fuera más intensa que las precedentes. Este no es un ejemplo aislado en el mundo, ya que se calcula que el número anual de víctimas que se producen por fenómenos atmosféricos extremos atribuibles al cambio climático es de unas 300.000, lo que debería ser suficiente para motivar un cambio en las políticas energéticas y de emisión de gases de invernadero.

 

LA COP29

A pesar de estos y otros sucesos que muestran palmariamente que el cambio climático avanza por el aumento de las emisiones de gases de invernadero, los resultados de la COP29 no han sido nada halagüeños. En estos momentos, la humanidad ha emitido ya suficientes gases de invernadero que han generado un aumento medio de la temperatura de 1,1º respecto a los niveles preindustriales. A pesar de este hecho, que los científicos del IPCC califican como “inequívoco” en su sexto informe, las aspiraciones del Acuerdo de París se han suavizado y las partes se conforman con mantener el aumento de temperatura “muy por debajo de los 2º” en 2100. Pero la situación es peor, pues los compromisos actuales de reducción de emisiones no garantizan que las temperaturas aumenten menos de 2,6º a finales de 2100.

Dados los cambios en el clima que ya estamos viviendo y que han llegado para quedarse, se afirma, con razón, que estamos vivienda ya en un nuevo clima. En el caso español, esto implica que las DANAs extremas, las olas de calor del verano, las sequías, los episodios de lluvias y granizos intensos o algunos inviernos extremadamente fríos, han venido para quedarse. Por esto, en la COP29, al igual que en otras cumbres, cobran ya un protagonismo especial los esfuerzos de adaptación al cambio climático. Y no es de extrañar, porque la adaptación al cambio climático implica hacer menos hincapié en los esfuerzos de mitigación que implican una reducción drástica del consumo de combustibles fósiles, con los cambios profundos que eso implica en geopolítica y en el modelo económico dominante, además de favorecer las inversiones en infraestructuras que permitan esa adaptación.

Si bien es realista avanzar hacia la adaptación, también es imprescindible poner la mitigación del cambio climático en el centro de las prioridades. En primer lugar, desde el punto de vista ecológico, pero también desde una visión económica: las medidas de mitigación son más baratas que las de adaptación (un factor 5) y mucho más baratas que la reparación de los efectos climáticos catastróficos (un factor, 20 según el informe Stern).

El centro del debate de la COP29 estuvo, como era de esperar, en la financiación de las medidas de mitigación y adaptación. En la COP15, celebrada en Copenhague se había acordado una aportación de 100.000 millones de dólares anuales, que finalmente entró en vigor en 2022. La cifra necesaria estimada para que los países más pobres puedan tomar las medidas necesarias de mitigación y adaptación se cifró en 1,3 billones de dólares anuales a partir de 2035 para que el aumento de temperatura no supere 1,5º en 2100. Sin embargo se aprobó la ampliación de 100.000 a 300.000 millones de dólares anuales para 2035. Como elemento de negociación, este grupo de países hicieron la propuesta de crear un fondo de 500.000 millones para 2030, que no prosperó. Los países más vulnerables efectuaron una presión abandonando la cumbre, pero no surtió efecto: el acuerdo final no refleja sus reivindicaciones.

En realidad, el esfuerzo inversor debería realizarse en estos próximos años, cuando todavía es posible limitar la concentración de gases invernadero. Una vez realizados los cambios necesarios, ya no serían necesarias esas inversiones. Se calcula que sería necesario mantener esos niveles de inversión hasta 2050, aproximadamente.

Sin estas contribuciones económicas, es difícil que se cumplan los compromisos energéticos necesarios para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. Estos consistieron en:

1) aumentar 1500 GW (gigawatios= miles de millones de watios) el almacenamiento de energía para 2030, un factor 10 el almacenamiento actual. Esta capacidad de almacenamiento de energía por algún método resulta imprescindible para triplicar la aportación de energías renovables (estos números se basan en cálculos de la Agencia Internacional de la Energía).

2) Crear “corredores de energía verde”, es decir fomentar la cooperación internacional para intercambiar energías renovables mediante redes interconectada.

3) La llamada declaración del hidrógeno, que tiene como objetivo crear un mercado mundial del hidrógeno, que podría sustituir a los combustibles fósiles en múltiples aplicaciones, como la aviación o la navegación, además de servir como método de almacenamiento de energía. Las tecnologías del hidrógeno no están maduras aún y no podemos usarlas a nivel industrial.

También se lanzaron compromisos de adaptación, reconociendo de alguna forma que no se conseguiría limitar el cambio climático a los niveles deseados. De hecho, se reconoció la práctica imposibilidad de mantener el aumento de temperatura por debajo de 1,5º y se apostaba por mantener al menos el aumento de temperatura “muy por debajo de 2º”, como se ha citado más arriba.

EL FUTURO

La victoria de Trump en las últimas elecciones de EEUU es un resultado más de la ola reaccionaria que recorre el mundo: la extrema derecha, en sus múltiples formas, está aumentando su influencia social, lo que le permite alcanzar mayor poder político y económico. Y en EEUU y Europa lo hace utilizando las estructuras e instituciones creadas por la democracia liberal, que a su vez peligran por la irrupción de estos partidos.

Una de las características identitarias de esta ultraderecha es el negacionismo de muchos conocimientos científicos, como el de que el cambio climático actual está generado por las emisiones humanas de gases de efecto invernadero. Por tanto, no es previsible que la posición occidental sea en el futuro muy exigente para marcar objetivos de reducción emisiones.

El principal país emisor mundial de gases de invernadero, con un 30% de todas las emisiones, es China. Si EEUU no demuestra un compromiso firme, China tampoco lo hará. Los resultados de la COP que han sido claramente insatisfactorios son un primer elemento que nos muestra el futuro. A diferencia de los demócratas, los republicanos americanos tienen un bajo interés en la multilateralidad internacional y apuestan por una mayor autarquía en los EEUU, lo que conducirá a un mayor uso del petróleo y gas propios procedentes del fracking.

Por otra parte, los impactos del cambio climático son muy desiguales entre unas zonas y otras y entre unas poblaciones y otras. Por ejemplo, el Mediterráneo es una de las zonas donde el cambio climático va a ser más intenso y las inundaciones valencianas son un claro ejemplo. Pero no solo la posición geográfica es una fuente de desigualdad, también lo son los diferentes medios para combatir los efectos del cambio climático con que cuentan los países y las poblaciones de estos. Podemos considerar de nuevo el ejemplo de la DANA en Valencia y los enormes costes de la reconstrucción, así como la forma en que se producirá esta: habrá que prepararse para nuevos fenómenos como las recientes inundaciones y, en particular, no construir en el dominio público hidráulico. Estos costes no están, desde luego, al alcance de cualquier país ni de cualquier población.

Estamos viendo pasar COP tras COP con magros resultados, lo que hace que cada vez tengamos menos tiempo y que la crisis climática se agrave. Pero, además, con toda precisión se puede hablar de injusticia climática y es imprescindible que los países y capas de población más ricas pongan más de su parte reduciendo sus consumos y sus emisiones y ayudando económicamente a los más débiles a realizar la necesaria transición energética.

Publicado en Berrituz, nº 84, enero de 2025