Al poco de saber la marcha al exilio de Mónica Baltodano y su familia, me he sentado ante el ordenador y me he puesto a escribir, sin un guion previsto, sin un plan organizado para elaborar un documento. De manera bastante improvisada y con el pensamiento puesto en la reacción crítica que debiera tener la izquierda y que no tendrá, salvo honrosas excepciones.
Seré claro desde el principio. Creo y siento que una parte no pequeña de la izquierda latinoamericana está desactivada intelectualmente, al igual que su proyecto político. Donde debiera prevalecer un pensamiento crítico, de combate, prevalece una posición conservadora que no se corresponde con pasados heroicos.
Dolorosa separación
Nicaragua y más exactamente el comportamiento político y ético de Daniel Ortega y Rosario Murillo, pone a prueba a las izquierdas de América Latina. O despliegan una crítica que restituya la razón de ser de su misma existencia, el ejercicio de la verdad como fuente revolucionaria y solvencia moral, o persisten en una idea preconcebida que todo lo explica culpando de nuestros males a factores externos que siempre son y serán una amenaza (el imperialismo), pero que no pueden utilizarse como cortina de humo para tapar nuestros errores.
¿Qué hizo que un tipo como yo, vinculado a la revolución sandinista desde hace más de treinta y cinco años, cambiara su posición sobre Daniel Ortega y lo que representa? ¿Cómo pudo ser que una revolución admirada, terminara siendo denunciada por brillantes intelectuales? Lo hizo el ya fallecido Eduardo Galeano que había sido amigo íntimo de Tomás Borge. Y el Sub comandante Marcos y el zapatismo; y José Pepe Mújica; y Noam Chomsky; y Boaventura do Santos; y el colombiano Gustavo Petro; y el teólogo Leonardo Boff; y recuerdo especialmente a Marta Harnecker que meses antes de morir quiso traducir al inglés uno de mis artículos críticos sobre Nicaragua para distribuirlo. Y lo hizo. A nadie de izquierda, en su sano juicio, se le ocurriría relacionar a alguno de estos nombres con intereses foráneos.
Podría citar una gran cantidad de personas de izquierda que, como yo, han suscrito artículos y declaraciones pidiendo a Ortega que libere a los presos políticos, se lleve a la justicia a los responsables de los tiroteos contra gente indefensa en abril de 2018 y que el gobierno dialogue y negocie una salida democrática con otras fuerzas sociales y políticas del país. Recuerdo ahora la primera declaración que firmé en 2006. La compartí con personas tan honorables como Miguel Núñez, octogenario condecorado por la revolución sandinista, siempre leal al principio de decir la verdad. Ya entonces denunciamos lo que tenía todo el aspecto de ser un gobierno autócrata, tal y como el paso del tiempo ha puesto de relieve.
Lo cierto es que principales aliados del gobierno de Ortega, durante los últimos 11 años, y hasta el estallido social de abril de 2018, eran los banqueros, los principales empresarios del país y las dirigencias del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP). Juntos venían dándole rango constitucional a su “modelo de alianzas”. Ortega al frente del Estado garantizaba estabilidad social y oportunidades para hacer negocios y enriquecerse como nunca, tanto él como sus socios del gran capital (familia Pellas, por ejemplo). Ortega, como caudillo, armonizaba su proceder neoliberal con paliativos sociales de corte clientelar y asistencial para el sostenimiento de su base electoral. Algunos intelectuales de derecha llegaron a calificar esos manejos como “populismo responsable”.
Tratados de libre comercio y buena nota del FMI
Lo cierto es que, hasta el 18 de abril de 2018, las relaciones de Ortega con Estados Unidos eran notablemente buenas. No podía ser de otra manera, pues privilegió todas las políticas de libre mercado: los tratados de libre comercio, las facilidades para las maquilas y las concesiones sin condiciones al capital extranjero. Además, aplicó con mano dura las políticas migratorias gringas, y por la frontera sur de Nicaragua no se colaba nadie que pudiera tener planes de emigrar a Estados Unidos. Ortega convirtió los límites nicaragüenses en el deseado muro de Trump. Igualmente, el orteguismo autorizó la presencia militar estadounidense y la acción de la DEA en Nicaragua con el pretexto del combate a la narcoactividad. Por todo ello llevó a Nicaragua a obtener las mejores notas del FMI, del Banco Mundial y del BID. Las relaciones de los últimos 11 años con Estados Unidos fueron de las más cordiales, basadas en el principio de que lo que importaba era lo que el gobierno nicaragüense verdaderamente hacía, no lo que aparentaba hacer, y menos lo que ocasionalmente decía.
Llegó lo de abril de 2018 y la fachada del régimen comenzó a fracturarse.
Protestas de la gente, desde abajo
Las protestas contra la disminución de las pensiones en un 5%, y contra el aumento de las cotizaciones de los trabajadores y empresarios al INSS, debiera haber conducido a la apertura de un diálogo con las partes sociales interesadas. También debieron ser debatidas como exigen las leyes de Nicaragua en la Asamblea Nacional, pero se pretendieron imponer por decreto presidencial. Es verdad que el Gobierno reculó ante la oleada de protestas, pero los manifestantes en lugar de guardar las pancartas las sacaron de nuevo a las calles y plazas, extendiendo sus reivindicaciones al cuestionamiento de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Una parte muy importante del pueblo sintió que era la hora de exigir cambios radicales en las políticas de Daniel y la Chayo, así como la liberación de los presos. Y es que en el orden social nada estaba cambiando en el país, si no es a peor, en una economía que funciona bajo la obediencia al Fondo Monetario Internacional, y por consiguiente aumenta las desigualdades sociales. La estrategia del asistencialismo siempre otorga ventajas a un gobierno, pero es poco recomendable cuando se trata de transformar la sociedad.
No, no estamos en ninguna segunda etapa de la Revolución, no se están realizando transformaciones que consoliden en Nicaragua un sistema de justicia social. Todo lo contrario: se ha fortalecido, como nunca antes, un régimen económico-social corrupto en el que los pobres están condenados a rebuscarse la vida en trabajos informales, precarios, por cuenta propia o a trabajar por salarios miserables y en largas jornadas, condenados a emigrar a otros países en busca de trabajo, condenados a pensiones de jubilación precarias. Se trata de un régimen de inequidad social con un creciente proceso de concentración de la riqueza en grupos minoritarios. Algunos portavoces de grupos que apoyan incondicionalmente a la pareja gobernante Ortega-Murillo aluden a una supuesta mejoría de la realidad económica y social de la población. No es verdad. Han mejorado los leales al régimen, y muy poco. Sin embargo, ni siquiera unos posibles avances sociales justifican la violación sistemática de los DDHH y la represión continuada y arbitraria que practica el Gobierno.
En segundo lugar, se ha profundizado la subordinación del país a la lógica global del capital. Nicaragua, se ha ido entregando a las grandes transnacionales y a los capitales extranjeros, que llegan a explotar riquezas naturales o a aprovecharse de la mano de obra barata, como sucede en las zonas francas. El caso más patético de esta lógica entreguista del país y de sus recursos es la concesión a un empresario chino de la construcción del Canal Interoceánico. Pero ha habido previamente muchas otras concesiones mineras, forestales, pesqueras, en la generación de energía, que han ido ocupando todo el país.
En tercer lugar, el actual sistema económico-social imperante en Nicaragua trata de reducir a la mínima expresión las resistencias sociales. Por otro lado, se ha desarrollado un desmedido proceso de concentración de poder en la pareja Ortega-Murillo y su círculo más cercano. Es un poder que amenaza con destruir todo vestigio de institucionalidad democrática. Ahora mismo Nicaragua funciona como se hubiera un partido único, con algún partido “zancudo” dando cobertura al régimen. El régimen funciona con círculos concéntricos: el más pequeño formado por Ortega-Murillo y algunos familiares y amigos de siempre; el segundo círculo el de algunos veteranos leales en el ejército y la policía; el tercero por los secretarios del partido en los territorios; el cuarto el de grupos milicianos a las órdenes de Rosario Murillo.
El golpe que nunca existió
Pero ¿qué pasó realmente aquel ABRIL de 2018? Leí la declaración de La Habana del Foro de Sao Paulo y me tuve que frotar los ojos. En ella se avalaba la versión de Ortega-Murillo, completamente insostenible desde el uso de la razón. Puedo entender que se tratara de echar una mano al verdadero poder de Nicaragua y sus prácticas represivas, pero no al precio de negar el sentido común.
Ortega-Murillo, la pareja gobernante afirmó que se trataba de una tentativa de golpe de Estado. El caso es que un hubo un golpe parlamentario y de los jueces en Brasil para eliminar a Dilma Rousseff; hubo golpes parlamentarios en Honduras y Paraguay, para quitar de presidentes a Zelaya y Lugo. Pero, en Nicaragua toda la fuerza está concentrada en el Gobierno. El ejército, la policía y el propio parlamento son fieles a Ortega-Murillo (71 parlamentario de 92). ¿Son los golpistas lo estudiantes? ¿Dónde están y quiénes son? ¿Son las madres que se manifestaron en Managua desafiando a los francotiradores? ¿Dónde están las armas de los golpistas? Qué más quisiera Daniel Ortega que presentar golpistas y armamento en los medios de comunicación. Pero no los hay. Otra cosa es que la inteligencia de EEUU trate de aprovechar la ola de la protesta popular para infiltrar su propaganda, pero esto es siempre esperable y no modifica la idea de que el famoso golpe es un invento para dar cobertura a lo que está pasando durante los últimos tres años: la persecución y detención de cientos de jóvenes bajo la acusación de terroristas. Recuerdo que en la URSS el régimen utilizaba el lenguaje del marxismo para justificar un capitalismo de Estado. Pasa igual en Nicaragua con el lenguaje antiimperialista de Ortega para justificar la concentración de poder.
Lo cierto es que da la risa calificar de golpe de Estado a los acontecimientos de abril de 2018. Nadie con sentido común podemos avalar semejante tesis. Insisto, ¿es alguien capaz de identificar a los golpistas? ¿de mostrar sus armas?
Me parece tan ridículo afirmar lo de golpe como decir que la acusación de Zoilamérica de abusos sexuales fue un montaje de la CIA. Nadie va a ser más radical que yo mismo en lo que tiene que ver con la condena de las políticas de EEUU, pero decir que todo aquello que hacemos mal es como consecuencia de la obra del imperialismo, es una cortina de humo que nos impide acceder a un diagnóstico de lo que realmente está sucediendo.
Mujica, Galeano, Saramago
En contraste con la reunión de aquel Foro de Sao Paulo en La Habana, en esos mismos días, José Mujica, ex presidente de Uruguay afirmó: «En Nicaragua gobierna una autocracia». Como se sabe es el régimen político en el que una sola persona gobierna sin someterse a ningún tipo de limitación. Es sinónimo de dictadura. Sus palabras fueron: «Un sueño se desvía, hay una autocracia. Perdieron el sentido de la vida quienes ayer fueron revolucionarios», afirmó en relación a Ortega, y luego pidió que dejara la presidencia de su país. Mucho antes, en agosto de 2008, el escritor Eduardo Galeano, también uruguayo, a propósito del juicio promovido por el gobierno de Daniel Ortega contra el monje y poeta Ernesto Cardenal, escribió: «Toda mi solidaridad para Ernesto Cardenal, gran poeta, espléndida persona, hermano mío del alma, contra esta infame condena de un juez infame al servicio de un infame gobierno». En esos mismos días, José Saramago gran escritor y comunista, calificó a Ortega de indigno de su propio pasado. Al menos en la izquierda también hay voces luminosas, pensé cuando escuché estas reacciones.
La grandeza de la izquierda reside en la capacidad de verdad que sepa soportar. Pero con frecuencia la verdad, o no se reconoce o se silencia.
Las jornadas de abril 2018 fueron terribles. Según datos cruzados de diferentes organismos de DDHH fueron entre 325-350 las personas asesinadas. De ellas un 85% por el régimen y un 15% por grupos violentos contra policías y paramilitares. El caso es que el Gobierno de Daniel Ortega tenía y tiene la responsabilidad de velar por la vida de todas las víctimas, incluso si hubiera señales –que no las hay- de que las protestas obedecieran a directrices violentas. No se puede quitar la vida con la única finalidad de sembrar el terror.
La izquierda, como portadora de valores humanistas no tiene nada que ganar con quienes desprecian la vida de otros.
Algunos nombres de la represión
Con el corazón en la mano. Conocemos a la mayoría de personas perseguidas y muchas ya detenidas en régimen de aislamiento, la izquierda del Foro de Sao Paulo sabe quiénes son Víctor Hugo Tinoco, el exgeneral Hugo Torres, Dora María Téllez, Ana Margarita Vijil, Mónica Baltodano, Sergio Ramírez, Julio López, Irving Dávila, Tamara Dávila, Suyen Barahona, Gioconda Belli, Henry Ruiz, Edgar Tijerino, los hermanos Mejía Godoy, Norma Helena Gadea, René Vivas, Víctor Tirado, los hermanos Carrión (Luis ya exilado), los hermanos Cardenal ya fallecidos, todos ellos auténticos sandinistas, como el comandante Henry Ruiz. ¿Podemos creer que son traidores a la patria, como proclama Daniel Ortega? ¿Qué están al servicio de Estados Unidos?
Contra ellos y lo que representan va la represión, así como contra una larga lista de opositores liberales, conservadores, sandinistas disidentes, todos los cuales están en su derecho de organizarse y presentar candidaturas para las elecciones de noviembre. También empresarios son perseguidos y detenidos. Con una excepción: las grandes fortunas nacionales son tratadas con guante blanco.
A muchas de las personas detenidas y encarceladas se les imputa arbitrariamente delitos de traición a la patria, una figura jurídica, creada ad hoc, que permite a Ortega y Murillo ordenar nuevas detenciones cada día, y convertir en delito la libertad de expresión. Ortega trata de deshumanizar a la oposición afirmando “no son oposición, son criminales”. Terrible. Muchas de las detenciones se producen bajo la presunción de culpabilidad. No hay aplicación de la ley, hay venganza y ajustes de cuentas. Una mayoría abrumadora de dirigentes sandinistas de los años setenta y ochenta han abandonado el partido FSLN, sin dejar de ser sandinistas, críticos con la concentración de poder de la pareja gobernante. Una pareja en la que Ortega pone la venganza y Murillo el esoterismo.
Repito: La izquierda no tiene nada que ganar con Daniel Ortega. Y lo que es peor, la defensa de su política de asalto y violación a los derechos humanos mancha también la historia colectiva de las izquierdas.
La verdad es siempre revolucionaria
Reconozco que durante años he sido participe de un comportamiento de la izquierda que consiste en callar, silenciar y dar la espalda a realidades que no nos gustan criticar porque entendemos, erróneamente, que al hacerlo perjudicamos a nuestra causa. La declaración que firmamos en 2006 un grupo de personas vinculadas a la historia de la solidaridad con Nicaragua no me exime de responsabilidad. Debería haber sido partícipe de ese principio ético de que la verdad es siempre revolucionaria. Realmente, lo que nos hace daño es tapar y justificar actuaciones de la izquierda que deben ser criticadas por otras izquierdas. Desde una posición sana, deberíamos interesarnos en esclarecer la verdad, para fortalecernos política y moralmente.
El caso es que nos encontramos en un escenario político surrealista. La pareja gobernante parece querer instaurar una dinastía en el poder, al punto de que sus propios hijos ocupan de manera irregular responsabilidades de Estado por mandato autocrático, sustituyendo en viajes oficiales a ministros e incluso al canciller. Lo cierto es que todo el poder está concentrado en la familia Ortega-Murillo y en un pequeño grupo de incondicionales que alimentan la existencia de un caudillaje que les proporciona seguridad para ejercer de cargos públicos con derecho a mejorar su patrimonio. Como afirma el histórico guerrillero Henry Ruiz, «ya no hay ideología, no hay mística, no hay normas, no hay debate, no hay nada». Pero este vacío no impide que con el lenguaje del antiimperialismo Ortega siga manteniendo un ascendente significativo sobre una amplia parte de la sociedad. En parte por apoyos que vienen de tiempos de la revolución, en parte por una práctica de clientelismo que se alimenta de un asistencialismo en forma de pequeños lotes agrarios, de láminas de zinc, de bicicletas, y otras donaciones cubiertas hasta ahora con dinero procedente de la generosidad petrolera venezolana. Además, favores personales, premios y castigos, que se completan con una vigilancia diaria a través del cinturón de hierro tejido por la vicepresidenta Rosario Murillo, que ha sabido crear una fuerza social que presta servicios al Gobierno bajo la fórmula de participación ciudadana.
El mítico comandante Henry Ruiz, el más veterano de la guerrilla en la montaña, lo denuncia: «Al principio nos pareció que su programa apuntaba a una economía de desarrollo nacional. Fue un espejismo. Se fue rapidito al INCAE para asegurar a los grandes empresarios nacionales que respetaría sus negocios e impulsaría privatizaciones. Ustedes hagan la economía y yo haré la política, les dijo».
¿Por qué seguir callando?
¿Por qué falta valor en la izquierda para reconocer el mensaje abrumador de los hechos? ¿por qué seguir callando?
La autocrítica nos hace fuertes, la autocomplacencia nos da fachada sin cimientos; pronto se derrumba por su propio peso.
En la izquierda hay mucho conservador. Ser de izquierda no es sinónimo de ser revolucionario, ni siquiera en América Latina. En cambio, ser revolucionario es siempre ser de izquierdas.
La gran reserva estratégica de la izquierda reside en no fallar al pueblo, en la credibilidad, en decir la verdad, en ser una fuerza valiente, transparente. Por eso la autocrítica es tan necesaria. Y lo es porque la sociedad que perseguimos sólo se podrá lograr si nuestros actos, nuestras acciones, nuestras palabras, van en consonancia con lo que decimos. Las falsas retóricas nos alejan de nuestra función educadora de la sociedad.
No podemos aceptar que se nos asocie con un proyecto represivo que violenta los DDHH, la libertad de expresión, y los derechos civiles y políticos de sectores de la población nicaragüense. La represión sobre el pueblo es lo contrario de lo que predicamos y por lo que luchamos. Tapar comportamientos erráticos de la izquierda nos intoxica y nos resta toda credibilidad.
La izquierda, las izquierdas, defendemos la libertad y como dijo Rosa Luxemburgo en “Reforma o revolución” la libertad lo es especialmente para quienes piensan distinto.
Tras las experiencias negativas de países del Este, las y los revolucionarios no podemos ser asociados con esas realidades. Precisamente, los Derechos Humanos son hoy una agenda aliada de la izquierda y de los revolucionarios. En el mundo derechista que vivimos, bajo el poder de mafias financieras, los DDHH son una oportunidad, un programa para la izquierda. Pues bien, los DDHH no se respetan en Nicaragua. Las izquierdas debemos levantar la bandera de los DDHH que debe ser innegociable.
Cronológicamente no sé cuándo empezó este deterioro de la pareja Ortega-Murillo. Pero el pacto con Arnoldo Alemán fue una decisión que ha marcado para siempre a Daniel Ortega. Negoció su acceso al poder con un corrupto condenado en los tribunales, así como con el sector más conservador de la Iglesia Católica, a cambio de votar en contra de una ley de aborto terapéutico. La conversión de Daniel, sus repentinas apariciones dominicales televisadas en la catedral, incluso con Lenin Cerna, me parecieron patética. Nada creíble, puro oportunismo. ¿Es normal que un partido que se auto considera de izquierda proclame que el país es oficialmente cristiano? “Nicaragua cristiana, solidaria y socialista”, es la divisa del Gobierno. Semejante confesionalismo en pleno siglo XXI, es inaceptable, pues es mera manipulación de las emociones populares. Ciertamente, mueve a la vergüenza este sesgo seudo religioso. Rosario Murillo, la vicepresidenta, ha creado una especie de evangelio propio, invoca a Dios y la Virgen y reviste de misticismo a su compañero, Daniel Ortega: «Dios» y «Daniel». Este «evangelio» choca con la cultura democrática, incluso con los valores de la izquierda. El providencialismo y el caudillaje es un mal que ha hecho mucho daño en América Latina.
Izquierda y conservadurismo
Termino. Desde algunas voces de la izquierda se defiende al régimen de Daniel Ortega aludiendo a que con la derecha sería peor o que la lucha contra el neoliberalismo justifica la utilización de cualquier medio, a tal punto que la crítica a lo nuestro se interpreta como un regalo al enemigo. Con frecuencia la izquierda latinoamericana ha caído en un pragmatismo funcional para defender causas indefendibles sin explorar en explicaciones sin trampas que permitan alcanzar el conocimiento objetivo de la realidad Por esa razón, ha tolerado la supresión de la libertad en nombre de la libertad. Y ha tolerado la corrupción y despotismo de algunos de sus líderes, por ejemplo de Ortega, en nombre de la necesidad urgente de acceder o mantenerse en el poder. Pero una moralidad que corrija el mundo que vivimos no se puede construir a partir del despotismo y la corrupción.
El espíritu conservador en la izquierda se manifiesta habitualmente en la incapacidad de cultivar un sentido de la crisis, una atención crítica continuada a lo que sucede en la vida real. Se prefiere obviar los hechos, enmarcarlos en todo caso en un cuadro explicativo unilateral y acrítico, con tal de salvar unas categorías ideológicas y políticas ya obsoletas. Este espíritu conservador no está preparado para revisar legados ideológicos y producir ideas e imágenes más ricas y adecuadas a nuevas situaciones. Convierte lo revolucionario en una pieza arqueológica en lugar de hacer de ello una palanca para, si hace falta, recomenzar de nuevo. Es verdad que la idea de criticar lo propio no tiene una historia muy extensa y la del pensamiento crítico menos todavía, pero las gentes de izquierda necesitamos recorrer un camino que nos libere de camisas de fuerza intelectuales que nosotros mismos hemos construido, mediatizados por nuestros propios temores.
La Nicaragua que fue y la de hoy
Muchas voces de izquierda tienen una opinión anticuada sobre la realidad de Nicaragua. Anticuada porque pertenece a lo que fue, no a lo que es en la actualidad. Es una construcción ideológica la que expresan esas voces, no parten de los datos, más bien los obvia porque sólo así la ideología intervenida por ideas preconcebidas puede prevalecer. Me da pena, pues la nueva sociedad deseable necesita más que nunca construirse desde los datos de una realidad viva, sea la que sea. Yo, con humildad, aconsejaría a los defensores de Ortega que vayan estos días a Nicaragua. Que hablen si quieren con las autoridades, pero que hablen también con la gente, que vayan a las universidades y barrios, que dialoguen con los pobladores y escuchen sus testimonios que denuncian el despliegue de fuerzas paramilitares y las redadas contra opositores por el hecho de serlo. Vayan, vayan a Nicaragua, y sean consecuentes con la idea de que la verdad es siempre revolucionaria.
¡Viva Sandino!