Francisco Castejón. Miembro de Acción en Red de Madrid.
La escasez de agua dulce
Se dice a menudo que en un futuro no lejano veremos guerras en el mundo por el control del agua dulce. Pero no ha hecho falta esperar para que podamos ver a la derecha y a la extrema derecha de nuestro país, encarnadas en PP y VOX, plantear una guerra política para el control del agua, basada en la mentira, el populismo y la demagogia. El uso de la mentira y de las falsas noticias en esta guerra política es especialmente dañino, porque impide que la sociedad tome conciencia del problema real al que nos enfrentamos y dificulta la toma de decisiones para solucionarlo.
Hemos vivido un nuevo ciclo climático con escasez de precipitaciones. Esta pertinaz sequía no debería sorprendernos porque es cíclica y cada cierto tiempo golpea a nuestro clima mediterráneo. Hay, sin embargo, un hecho que diferencia esta sequía de otras que solíamos sufrir. Se trata del cambio climático que va avanzando y, tal como predicen los modelos, va haciendo que las precipitaciones escaseen más y más, con la consiguiente disminución del volumen de agua potable disponible. Además de ser más escasas, las precipitaciones son a menudo catastróficas cuando se producen, lo que también predicen los modelos climáticos.
Este hecho se suma, para tensionar la situación, a un aumento del consumo de agua en nuestro país en las últimas décadas. Aumento que está provocado por el incremento desmesurado de la agricultura de regadío. De hecho es este sector el que se lleva aproximadamente el 80% del consumo total de agua .
Todos los ahorros de agua son bienvenidos, tanto en el sector industrial, como en el de servicios y el doméstico. En estas actividades hay aún mucho que hacer para reducir el consumo, como reparar las canalizaciones, reducir las piscinas privadas o construir jardines con especies autóctonas y no consumidoras de agua. Pero es obvio que nuestros mayores esfuerzos deben dirigirse a reducir el consumo en la agricultura de regadío.
Según algunos cálculos, una Ha de regadío puede producir hasta 40 veces más que una de secano. No es de extrañar, por tanto, que los agricultores se empeñen en poner en regadío más y más tierras. Y algunas de ellas se producen bajo plástico con unas producciones agrícolas muy elevadas que permiten la exportación de alimentos. La agricultura se ha tecnificado y puede considerarse como un sector industrial más. La falta de conciencia de la escasez de agua causa la extensión de cultivos muy demandantes y de cultivos que van a servir de alimento para el ganado, como el maíz, que es un gran consumidor de agua.
La paradoja: cada vez más regadío y menos agua para satisfacerlo
Los números demuestran a las claras estas informaciones. Según la AEMET, el clima en España es cada vez más árido. Desde 1950, unos 1500 km2 han pasado de pertenecer a climas templados para ser considerados áridos. Asimismo, la superficie dedicada al regadío ha pasado de 1,6 millones de Ha a 3,8 en el mismo tiempo, según las estadísticas del Ministerio de Agricultura. Este ritmo de puesta en regadío se ha acelerado la última década, en que se riegan 500.000 Ha más.
Como se ha dicho, el motivo para poner en regadío es que con inversiones aceptables se consigue elevar la productividad de la tierra notablemente. Hoy en día, el regadío ocupa el 23% de la superficie cultivada en nuestro país, pero produce el 65% de las cosechas. Esta extensión del regadío se produce a la vez que se reducen los recursos hídricos, que han disminuido un 12%, según el MITERD. Y que se espera disminuyan entre el 14% y el 40% para 2050, según las mismas fuentes.
El problema es claro y conocido. Pero no es fácil ponerle solución. Las políticas de reducción de regadío son muy impopulares y van contra el consenso general de que el regadío es riqueza. Incluso la izquierda defendió la extensión de los regadíos desde los años 70,reivindicando la puesta en riego de muchas tierras para mejorar la productividad y la riqueza.
La inversión pública ha ascendido a unos 3000 millones de euros según el Ministerio de Agricultura para modernizar regadíos. Esta inversión habría permitido consumir unos 3.000 Hm3 de agua menos que si no se hubiera hecho. El ministro de agricultura, Planas, anunció el día 20-4-2023 la inversión de otros 2.130 millones de euros hasta 2027, para hacer más eficientes los regadíos y poder usar otras aguas como la regenerada o la desalada. Con todo ello se esperan reducciones en el consumo del 10% aproximadamente.
Es encomiable buscar más eficiencia, pero esto no es la solución. El aumento de la eficiencia, sin otras medidas, podría dar lugar a un aumento de regadíos con el consiguiente aumento en los consumos. El enfoque de aumentar la oferta no es suficiente, hay que gestionar la demanda.
Es imprescindible un debate informado sobre los problemas del agua en nuestro país, que cada vez serán más acuciantes.
Las Mentiras
Otro dicho común, cuyo autor pudo ser Esquilo, es que “la primera víctima de la guerra es la verdad”. En esta guerra política que han iniciado los sectores más conservadores de nuestro país, las mentiras y los bulos se han difundido sin pudor, confundiendo a la población y, como ya se ha dicho, dificultando así el necesario debate y la toma de decisiones basada en los datos científicos.
Ante esta situación de solución compleja, que implica luchar contra el cambio climático pero también adaptarse a la escasez creciente de agua dulce, se necesita tomar medidas consensuadas y cambiar el paradigma sobre la extensión del regadío. Habría que discutir nada menos que sobre los territorios que merecen ser regados y cuales no.
Un primer paso será, seguramente, reducir la superficie de regadío de nuestro país. Pero, lejos de eso, hemos asistido a la agitación de una consigna que parece que suena bien: “agua para todos”. Como si todos tuviéramos derecho a tener toda el agua que deseemos. Este lema se usa para alentar la construcción de infraestructuras hídricas como grandes embalses y trasvases, que es la segunda mentira que se agita durante las sequías: “esto no pasaría si se hubieran construidos más embalses”.
Los ríos no son solo unas fuentes de recursos para regar nuestros campos o mover nuestra industria y aumentar nuestra productividad. Son, sobre todo, fuentes de vida para nuestros ecosistemas, alojan vida y alimentan la vegetación de ribera. Es por eso que hay que garantizar siempre el caudal ecológico. Pero además, vemos que nuestros ríos están surcados a menudo por numerosos obstáculos inútiles como azudes y algunas presas en desuso. Ha empezado una campaña para renaturalizar los ríos que consiste sencillamente en el derribo de estos obstáculos, lo que permite que todo el ecosistema del río reflorezca. Esta campaña ha servido a la derecha para atacar al gobierno acusándolo de agravar la sequía . Han aparecido noticias absurdas contra el derribo de presas en desuso, como la de Valdecaballeros, que se construyó para aprovechar la posible electricidad sobrante de una central nuclear que nunca llegó a funcionar.
Los recursos hídricos disponibles serán, como se ha visto, mucho menores. La construcción de más embalses solo dará lugar a más embalses vacíos en las épocas de sequía. No es esa la solución a largo plazo a nuestros problemas y no debería presentarse como tal. También es necesario explicar que no habrá agua para todos, para todos aquellos que decidan poner en regadío más hectáreas, ni siquiera para los que ya lo han hecho.
El debate sobre los regadíos ilegales en las cercanías de Doñana es el ejemplo más claro de agitación de estos bulos. La Junta de Andalucía, gobernada por el PP, promete que habrá agua en el futuro para todos los regadíos, legales o no, sin esquilmar Doñana. Es una falsedad: no habrá agua. Y lo más sensato es reducir urgentemente la presión sobre el Parque mediante el cierre de los pozos ilegales.
Otro lema que aparece es que el agua de los ríos “se pierde” en el mar, en lugar de aprovecharse. Es conocido que la aportación de sedimentos favorece la creación de playas y deltas y el agua dulce disminuye la salinidad en la costa alejando a especies como las medusas.
El colmo llega ya cuando se habla de que la sequía puede producir escasez de alimentos a corto plazo. Y, lógicamente, la culpa será de quien no ha construido embalses para almacenar agua. No importa que no haya agua para llenarlos, ni que gran parte de nuestra agricultura se oriente a la exportación o al cultivo para alimentar al ganado. O que, por ejemplo, buena parte de nuestro grano se importe ya en la actualidad. La agricultura en España, y nuestro país no es una excepción, no está orientada a la soberanía alimentaria ni garantiza el autoabastecimiento. Por eso la escasez de algunos alimentos podría depender más de fenómenos geoestratégicos o de enfrentamientos bélicos que de nuestras cosechas.
A vista de todo lo dicho, se hace imprescindible y perentoria una reflexión sobre nuestra agricultura y el subsiguiente consumo de agua, incluyendo la ordenación de la distribución de regadíos en el territorio. Las dinámicas políticas puestas en marcha por la derecha no ayudan nada, no hacen sino agravar la situación.