Francisco Castejón
Acción en Red Madrid
Cuando escribo estas líneas se está celebrando en Bakú (Azerbaiyán) la cumbre número 29 contra el cambio climático, la COP-29. Aún no ha acabado la COP-29 y ni siquiera se intuye por donde van las negociaciones, pero todo indica que no se va a producir ningún avance en esta cumbre con vistas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
La última COP que arrojó algún resultado positivo fue la de Parías, la COP-21, que tuvo lugar en 2015. En ella se fijó el límite de la concentración de gases de invernadero en la atmósfera que garantiza que el aumento de temperatura que se podía alcanzar a finales de este siglo no fuera superior a 1,5º. Por encima de esta temperatura se desencadenarían una serie de fenómenos que podrían disparar un aumento mucho mayor de temperatura, lo que, a su vez, generaría una serie de fenómenos atmosféricos extremos que serían catastróficos para la humanidad. Estamos hablando de olas de calor, sequías extremas, huracanes, tornados y precipitaciones intensas que pueden dar lugar a inundaciones. Inundaciones como la que se produjo en Valencia a partir del día 29 de octubre.
Estamos acostumbrados a sufrir gotas frías, que luego recibieron el nombre más científico y descriptivo de DANA (Depresión Aislada a Niveles Altos), pero lo ocurrido en Valencia, y en menor medida en Albacete, en esta DANA supera con mucho todas las tragedias vividas en las anteriores. El número de víctimas y la destrucción sufrida no tiene precedentes. Más allá de las consideraciones sobre la gestión de la emergencia, que merecerían la dimisión del presidente de la Generalitat Valenciana y de al menos dos consejeras, así como el rechazo del urbanismo insensato desarrollado en la zona, hay que buscar la explicación de lo sucedido en los fenómenos climáticos generados por el calentamiento excesivo del Mediterráneo. Este dio lugar a una enorme evaporación de agua que topó con una masa de aire frío lo que produjo una precipitación sin precedentes en cotas altas del territorio que fueron desaguadas a través de los barrancos de la zona, especialmente el del Poyo y el del Magro, por los que siempre había fluido, e inundó los terrenos aledaños con gran impacto y sufrimiento. La dinámica de los acontecimientos permite aseverar que el calentamiento global ha sido el causante de que esta DANA fuera más intensa que las precedentes.
A pesar de estos y otros sucesos que muestran palmariamente que el cambio climático avanza por el aumento de las emisiones de gases de invernadero, las previsiones sobre la COP no son nada halagüeñas. Se calcula que el número anual de víctimas que se producen por fenómenos atmosféricos extremos atribuibles al cambio climático es de unas 300.000, lo que debería ser suficiente para motivar un cambio en las políticas energéticas y de emisión de gases de invernadero.
La victoria de Trump en las últimas elecciones de EEEUU es un resultado más de la ola reaccionaria que recorre el mundo: la extrema derecha, en sus múltiples formas, está aumentando su influencia social, lo que le permite alcanzar mayor poder político y económico. Y en EEUU y Europa lo hace utilizando las estructuras e instituciones creadas por la democracia liberal, que a su vez peligran por la irrupción de estos partidos.
Una de las características identitarias de esta ultraderecha es el negacionismo de muchos conocimientos científicos, como que el cambio climático actual está generado por las emisiones humanas de gases de efecto invernadero. Por tanto, no es previsible que la posición occidental en la COP sea precisamente muy exigente para marcar objetivos de reducción emisiones.
El principal país emisor mundial de gases de invernadero, con un 30% de todas las emisiones, es China. Si EEUU no demuestra un compromiso firme en las negociaciones, China tampoco lo hará y los resultados de la COP serán claramente insatisfactorios. A diferencia de los demócratas, los republicanos americanos tienen un bajo interés en la multilateralidad internacional y apuestan por una mayor autarquía en los EEUU.
En estos momentos, la humanidad ha emitido ya suficientes gases de invernadero para superar el aumento de 1,5º de temperatura a final de siglo y, peor aún, los compromisos de reducción de emisiones no garantizan que las temperaturas aumenten menos de 2,6º a finales de 2100. Dados los cambios en el clima que ya estamos viviendo y que han llegado para quedarse, se afirma, con razón, que estamos viviendo ya en un nuevo clima. En el caso español, esto implica que las danas extremas, las olas de calor del verano, las sequías, los episodios de lluvias y granizos intensos o algunos inviernos extremadamente fríos, han venido para quedarse.
Entre los acuerdos de París, se fijó la creación de un fin de 100.000 millones de dólares para ayudar a los países menos pudientes a avanzar en la reducción de emisiones y en la mitigación de los efectos del cambio climático. Sin embargo, no se ha avanzado hasta la fecha en la creación de dicho fondo y en su distribución. En la COP-29 habrá, por tanto, multitud de negociaciones financieras. Si la COP de Bakú no avanza, estamos condenados a sufrir cada vez más duros efectos del cambio climático.
Por otra parte, estos efectos son muy desiguales entre unas zonas y otras y entre unas poblaciones y otras. Por ejemplo, el Mediterráneo es una de las zonas donde el cambio climático va a ser más intenso y las inundaciones valencianas son un claro ejemplo. Pero no solo la posición geográfica es una fuente de desigualdad, también lo son los diferentes medios para combatir los efectos del cambio climático con que cuentan los países y las poblaciones de estos. Podemos considerar de nuevo el ejemplo de la DANA en Valencia y los enormes costes de la reconstrucción, así como la forma en que se producirá esta: habrá que prepararse para nuevos fenómenos como las recientes inundaciones y, en particular, no construir en el dominio público hidráulico. Estos costes no están, desde luego, al alcance de cualquier país ni de cualquier población.
Con toda precisión se puede hablar de injusticia climática y es imprescindible que los países y capas de población más ricas pongan más de su parte para combatir el cambio climático reduciendo sus emisiones y ayudando económicamente a los más débiles.