Informe de actividad 2021 • Grupo contra la exclusión

Actividades de acompañamiento a población sin hogar

Cada fin de semana, un grupo formado por un coordinador y 2-3 voluntarios ha salido en horario de mañana (sobre las 8.00) o de tarde (sobre las 20.00) para charlar un rato con las personas que pernoctan en la zona centro de Madrid. 

Se ofrece un café o un caldo caliente como herramienta de acercamiento, y en algunas ocasiones, se han entregado mantas a personas que las han solicitado. No se llevan habitualmente en las rutas, pero dado que hemos recibido mantas del desmantelamiento del hospital de Ifema, las iremos dando hasta que se agoten. Desde el año pasado, además, ofrecemos paquetes de mascarillas en todas nuestras rutas.

Como viene siendo habitual, hemos mantenido una comunicación constante con el jefe de la unidad central del Samur Social para alertar y hacer posterior seguimiento de situaciones especialmente vulnerables que hemos detectado en el transcurso de nuestras rutas de acompañamiento.

Formación al voluntariado y reuniones internas

Un sábado al mes, con la excepción de los meses de verano, se ha realizado una formación con los voluntarios del proyecto de exclusión. En estas formaciones, abordamos temas relacionados con nuestra actividad, hablamos de las situaciones que se presentan en las rutas y mantenemos informado al voluntariado de nuestra participación en mesas institucionales. Además, organizamos charlas de temas de interés para nuestros voluntarios. Durante el 2021 hemos contado con:

  • Vanessa Bellón de Luz Casanova para hablarnos de su experiencia con el proyecto No Second Night para mujeres sin hogar (febrero)
  • Ben, de Plaza Solidaria, que nos habló de las dificultades vividas durante la pandemia y cómo creció estrepitósamente el número de personas que se acercaban cada noche a su local (abril)

La actividad durante el 2021

El temporal de nieve Filomena, que paralizó Madrid durante una semana, fue especialmente cruel con las personas que viven en estricta situación de calle.

La falta de previsión por parte del Ayuntamiento puso en evidencia que las personas sin hogar no son una prioridad para la Administración ni en los momentos en los que son más vulnerables. Su actuación estuvo muy lejos de la excepcional atención y dedicación de los técnicos de la Red de personas sin hogar que como siempre, hicieron su trabajo al máximo nivel con los recursos muy escasos, desorganizados e improvisados.

Como resultado del seguimiento que se hizo de esta gestión (estuvimos en contacto con Samur Social y Ayuntamiento, ofrecimos nuestra sede, facilitamos termos y fuimos personalmente a ver las instalaciones que se abrieron en metro) varias de las entidades que trabajamos en calle, elaboramos un comunicado que puedes leer aquí.

Como resultado del mismo, varios medios se hicieron eco (El Salto, eldiario.es, RTVE, cuartopoder y El País, algunos de ellos entrevistaron a varios compañeros del grupo contra la exclusión).

Dentro de nuestra actividad habitual, la noche del 27 de marzo se hizo una ruta extraordinaria de reconocimiento de la zona centro, para ubicar a las personas sin hogar de cara a organizar nuestras rutas. Desde el desalojo en 2020 de Plaza Mayor durante los meses de confinamiento, las personas que duermen en la zona centro son constantemente importunadas por agentes de las fuerzas de seguridad (no siempre identificados) y eso hace que se muevan mucho de sus ubicaciones y a veces cueste encontrarlos.

En el plano institucional, en abril celebramos varias reuniones internas para elaborar un DAFO sobre la estrategia LARES (Estrategia municipal para la prevención y atención al sinhogarismo, 2015-2020) y elaborar propuestas nuevas para el diseño de la futura estrategia, a solicitud del Ayuntamiento. Como fin de ese proceso, mantuvimos una reunión en la que discutimos las conclusiones con Luis Fernández.

Además de esto, hemos asistido a los plenarios del foro técnico de personas sin hogar, reuniones para informarnos acerca de la campaña de frío, nos hemos reunido con la Dirección General de Inclusión Social, con Darío Pérez para ser informados del proceso de vacunación de personas en situación de calle (y participar del mismo), y hemos participado en la mesa de exclusión convocada por la Unidad de Gestión de la Diversidad de la Policía Municipal. Además, hemos participado en la organización y los actos de Día de las Personas Sin Hogar impulsado desde FACIAM.

Hemos mantenido diferentes reuniones (con la jefa del departamento de Prevención del Sinhogarismo y Atención a Personas Sin Hogar, la mesa de exclusión y con otras entidades) sobre la situación particular de un grupo de mujeres que desde el cierre del recurso específico para mujeres Geranios, han pernoctado agrupadas en la calle Concepción Jerónima, frente a un centro de día gestionado por Cáritas. Esta situación está en vías de resolverse en el momento de escribir este informe, pero todavía hay mujeres que no han sido ubicadas.

Al margen de las instituciones, también nos hemos reunido en dos ocasiones con Más Madrid a petición suya. En una con la portavoz de distrito centro para valorar una situación concreta que se dio en la zona centro y su respuesta desde la junta de distrito y en otra ocasión con el concejal Javier Barbero, para hablar de la situación de las personas sin hogar en Madrid y conocer nuestra valoración acerca de cómo se está desarrollando su atención. 

Y en paralelo a todas estas acciones, se ha creado un grupo de trabajo de entidades que trabajamos en calle, cuya finalidad es mantener una comunicación fluida entre entidades afines que hacemos un trabajo con un enfoque cercano (no asistencialista, centrado en los derechos) y promover proyectos conjuntos. Hemos mantenido varias reuniones en este año, y seguiremos manteniendo el contacto y haciendo un seguimiento conjunto de la situación de las personas sin hogar en Madrid.

Nuestro compañero Enrique Cuesta, junto a Jesús Sandín de Solidarios para el desarrollo, escriben el artículo «Voluntariado con personas sin hogar: una reflexión necesaria» publicado en la revista de la Federación Europea de Organizaciones que trabajan con Personas sin Hogar FEANTSA.

Feliz año 2022

 

Fig.: Acción reivindicativa del grupo Boa Mistura con la Plataforma Luz para la Cañada y con la Asociación de Mujeres Tabadol para conseguir1#LuzParaCañada.
Acción en Red Madrid queremos desearos un año 2022 con más justicia, más solidaridad, más derechos, menos desigualdades y exclusión, menos sinhogarismo, más pensamiento crítico, más luz (también para la Cañada Real), menos racismo, más pensiones justas, más feminismo y más inclusivo de la diversidad, con menos precariedad laboral, más ecología y consumo responsable, más cooperación, más sanidad y educación públicas de calidad…más abrazos, a ser posible en modo presencial.
Os deseamos lo mejor.
Aunque son tiempos oscuros, tenemos que seguir luchando.

Reducir las desigualdades: algunas propuestas disruptivas

Albert Sales. Investigador de l’Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans de Barcelona. @albertsc79
Artículo original publicado en el nº41 Entendre (i combatre) les desigualtats de la Revista Eines de la Fundación Josep Irla. Lee aquí el original en catalán.

Las políticas públicas a menudo ponen el foco en las consecuencias de las diferentes problemáticas sociales en vez de en las causas. De cara a combatir las desigualdades, uno de los grandes males de nuestro tiempo, conviene alzar la vista y analizar las causas para que la lucha sea eficaz. Darle la vuelta requiere una mirada amplia y la disposición de ir más allá del modelo social y económico actual.

 

Van a pasar unos cuantos años después de la crisis financiera de 2008 hasta que se comience a hablar de recuperación económica. Los estados europeos van a tardar entres seis y nueve años en recuperar el Producto Interior Bruto (PIB) per capita previo al crack. Cuando finalmente el PIB vuelve a crecer y se materializan los esperados “brotes verdes”, el optimismo de los inversores y del mundo de los negocios contrastaba con la situación de pobreza en la que habían quedado anclados los sectores de población con menor nivel de renta.

Según el Informe FOESSA de 2019, publicación de referencia en el análisis de la pobreza, el número de personas en situación de exclusión social en el estado español era en aquel momento de 8,5 millones, 1,2 millones de personas más que en 2007. Los autores del informe alertaban ya en 2019 que un tercio de la sociedad española se encontraba en una situación crónica de inseguridad económica y que su resiliencia ante una nueva crisis era mínima.[1]

Después de la crisis de 2018, el PIB vuelve a crecer en Cataluña a partir de 2014, aunque indicadores como la tasa de pobreza o el número de hogares en situación de privación material, no han vuelto a las cifras previas a la crisis financiera. Doce años y 130.000 desahucios después, los problemas para pagar la vivienda, para hacer frente a gastos e imprevistos o para llegar a final de mes —gastar lo mismo o menos de lo que se ingresa sin gastar ahorros o endeudarse— afectan a una cuarta parte de la población catalana[2].

Y con esta disociación entre indicadores y situación social, llega la pandemia de la COVID-19, una nueva crisis que no está teniendo el mismo impacto en toda la sociedad. Los eslóganes de las primeras semanas de pandemia, que daban a entender que el virus no entiende de nivel de renta y saldríamos juntas y juntos, van a dar paso a la constatación de que los distintos grupos de población presentaban tasas de contagio muy diferentes. La exposición al virus de la COVID-19 depende de factores como el tamaño de los hogares, la cantidad de personas que comparten vivienda, la calidad de los espacios y la posibilidad de mantener las condiciones de distancia. A los factores relacionados con las condiciones habitacionales, se suman las opciones de teletrabajar, de modificar las rutinas laborales o de prescindir del transporte público masificado.

La crisis sanitaria entonces, sí que entiende de desigualdades socioeconómicas. Los ingresos de los hogares más empobrecidos dependen de prestaciones no contributivas, de ayudas de los servicios sociales y, sobre todo, de actividades económicas inestables y precarias, a menudo irregulares. Las consecuencias de la crisis sanitaria de la COVID-19 sobre la población con menor renta, van a ser inmediatas. La parada de la actividad de sectores como la hostelería, el turismo o el servicio doméstico, en cuestión de pocos días va a hacer evidente la pobreza en forma de colas para obtener alimentos. Por rápida o ágil que sea la recuperación económica post-COVID-19, las consecuencias sobre la población con rentas bajas que ocupa las posiciones más inseguras del mercado laboral, serán muy visibles.

Según la encuesta financiera de las familias de 2017, la riqueza neta del 25% de los hogares españoles más pobres era negativa en 200 euros, mientras que en 2011 era positiva en 13.000 euros.[3] La sacudida de la pandemia llega después de una década de reducción de la capacidad de ahorro de las familias y de grandes esfuerzos de las economías domésticas para mantener la vivienda y otras necesidades básicas, y traerá  una ola de empobrecimiento que ya se está dejando entrever en el incremento de la actividad de los servicios sociales y de las entidades de acción social.

Los medios de comunicación se han hecho eco de las primeras consecuencias de la crisis social desencadenada por la pandemia mostrando las dificultades de los hogares más empobrecidos para cubrir necesidades básicas como la alimentación. Reportajes y fotografías se han centrado en lo que han denominado las “colas del hambre” a las puertas de los centros de distribución de alimentos. Se extiende la preocupación por el previsible incremento de número de hogares en situación de pobreza por las enormes dificultades para pagar la vivienda, a las que se enfrenta un número de familias todavía indeterminado y por el crecimiento del paro una vez que muchos Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) se conviertan en Expedientes de Regulación de Empleo (ERE).

Corremos el riesgo de que la pobreza centre los debates alrededor de las políticas sociales. Con pandemia o sin ella, la pobreza y sus manifestaciones más extremas, como pasar hambre o vivir en situación de calle, no están causadas porque no haya recursos. Nuestras sociedades generan riqueza suficiente como para satisfacer holgadamente las necesidades de toda la población mundial. El 30% de los alimentos que se producen en Europa acaba en la basura porque se estropean a lo largo de la cadena de distribución, no tienen el aspecto esperado para llenar las estanterías de los supermercados o se destruyen antes de ser comercializados porque han perdido el valor en unos mercados sometidos a constantes altibajos especulativos. Cifras desorbitadas de viviendas vacías o infrautilizadas conviven con miles de desahucios diarios y un aumento sin tregua del número de personas sin hogar en las ciudades más ricas del planeta.

En general, las desigualdades y la concentración de recursos en manos de unas pocas personas no están en el centro de los debates públicos. Sabemos que las 26 personas más ricas del mundo acumulan la misma riqueza que 3.800 millones de personas,[4] mientras el objetivo de las políticas públicas es abordar formas concretas de estas desigualdades como son la pobreza, la precariedad, la falta de vivienda o el desempleo. Vemos la pobreza como un problema pero no la desigualdad, cuando la primera es consecuencia de una institucionalidad y de unas políticas que favorecen la acumulación de la riqueza. El egoísmo hace posible la normalización de este crecimiento de las desigualdades, de la convivencia de la opulencia más extrema que el mundo ha vivido jamás, con formas de miseria que afectan a centenares de millones de personas.

Decía Zygmunt Bauman (1925-2017) que el neoliberalismo nos obliga a buscar soluciones biográficas a contradicciones sistémicas.[5] La extensión de la precariedad, las inseguridades que nos generan los mercados de la vivienda o laboral, nos llevan a buscar salidas individuales: acumular, capitalizar, asegurar. Aunque cada vez menos personas tienen al alcance estas soluciones biográficas en forma de propiedades inmobiliarias, planes de pensiones o seguros privados.

A continuación se plantean cuatro propuestas políticas que tienen como objetivo reducir la precariedad, poniendo la desigualdad en el centro del debate. Tienen, como mínimo, dos aspectos en común: nos obligan a preguntarnos si tenemos derecho a una vida digna con independencia de nuestra relación con el mercado laboral, y comportan una redistribución de la riqueza limitando la acumulación.

La Renta Básica Universal

La pandemia va a dar un nuevo impulso al interés por las políticas de garantía de rentas. Y en medio de un importante batiburrillo terminológico, recientemente hemos escuchado hablar de la Renta Básica Universal con una frecuencia inédita. Las definiciones de esta propuesta de política pública presentan ciertas variantes, pero según la Red Renta Básica sería un ingreso que recibiría cada ciudadano y ciudadana con independencia de su relación con el mercado del trabajo, su patrimonio, sus rentas o la configuración de su núcleo de convivencia.[6]

La RBU se diferencia de otras políticas de garantía de rentas por la incondicionalidad y la universalidad. Actualmente, en mayor o menor medida, la generosidad de los sistemas de protección social europeos depende del vínculo de las personas con el mercado laboral. Las cuantías de los subsidios por desempleo o pensiones por jubilación dependen de las contribuciones realizadas previamente a la Seguridad Social o de las rentas del trabajo percibidas durante las etapas de actividad laboral. Cuando la relación con el mercado de trabajo ha sido breve, inestable o inexistente, entran en juego los sistemas de garantía de rentas, concebidos como transferencias dirigidas a hogares sin recursos.

Los actuales sistemas de protección social refuerzan el rol estructurador de las desigualdades socioeconómicas del mercado laboral. Ideológicamente, la participación diferente en la creación de la riqueza se justifica a partir de conceptos como el esfuerzo, el talento o el mérito. Aunque la tendencia a la concentración de los ingresos y la riqueza que se constata en los estados occidentales a partir de la década de 1970, la descomposición de los mercados laborales fordistas y el crecimiento del desempleo y el trabajo precario, ya hace décadas que ponen en cuestión que el derecho a una vida digna tenga que estar vinculado a la participación en las relaciones laborales.

La defensa de la Renta Básica Universal sitúa las desigualdades socioeconómicas en la agenda de transformación de las políticas públicas, puesto que garantizar unos ingresos sin condiciones a toda la ciudadanía requiere de profundas reformas fiscales. El debate no sería acerca de con qué umbrales de renta una persona —o un hogar— tiene derecho a una prestación y qué condiciones ha de cumplir para disfrutarla, sino cómo hacer posible una recaudación tributaria suficiente para que toda la ciudadanía reciba unos recursos mínimos para vivir. O lo que es lo mismo: cómo construir una garantía de rentas universal e incondicional enmarcada en una política fiscal redistributiva.

Constatado que el crecimiento y la creación de empleo no reducen las desigualdades, la función social de las prestaciones condicionadas a la búsqueda activa de trabajo, lo que se ha venido llamando «workfare»,[7] actúan como mecanismos de sumisión al trabajo precario de los sectores empobrecidos de la población. Si el objetivo real fuese la protección social, se debería avanzar hacia sistemas de protección social no productivistas desvinculados de las posiciones de las personas en el mercado laboral.[8] A medida que se constata que el mérito y el esfuerzo poco tienen que ver con los ingresos y el patrimonio, la justicia social no puede descansar sobre el trabajo asalariado. Y todavía menos cuando uno de los principales determinantes de la desigualdad es la herencia.[9]

Herencia universal

La evidencia empírica apunta a que el peso de las herencias en el desarrollo de la vida de las personas ha crecido en las sociedades occidentales a lo largo de las últimas cuatro décadas. En su obra, El Capital en el siglo XXI, Thomas Piketty (1971) analiza los flujos de herencias y su importancia en la acumulación de riqueza, y concluye que el capital heredado crece más rápido que la producción o los ingresos de los hogares. En consecuencia, el punto de partida en la vida de las personas va creciendo en importancia para definir sus oportunidades.

Este análisis refuta la idea —cada vez más cuestionada— de que las diferencias de ingresos y patrimonio se justifican por méritos o esfuerzo individuales en el mercado laboral o en la economía productiva. La mayor parte de las personas ricas lo son por haber nacido en una familia rica. Y el avance del capitalismo financiero ofrece cada vez rendimientos más elevados a las grandes fortunas, que son administradas por especialistas que disponen de información privilegiada respecto al resto de agentes económicos.

Ante esta crisis del mito de la igualdad de oportunidades, hace años que se debate acerca de la propuesta de una herencia ciudadana,[10] propuesta que últimamente ha recogido y popularizado Piketty.[11] La propuesta consistiría en que todas las ciudadanas y ciudadanos recibiesen el equivalente al 60% del patrimonio medio de su país al cumplir 25 años, equivalente a 120.000 euros en los países europeos. El pago se haría de una sola vez y se financiaría con los impuestos sobre la transmisión de bienes y las herencias. De esta manera se igualarían las desigualdades generadas por el traspaso de las fortunas personales de generación en generación.

Garantizar el derecho a la vivienda

Después de la década de 2010 en la que se cronificó la crisis habitacional, el acceso a una vivienda estable se convirtió en un factor determinante en la definición de las oportunidades vitales de los jóvenes. En toda Europa, el precio de la vivienda se convirtió en un problema para los sectores de rentas bajas de las ciudades. En Cataluña, entre 2015 y 2019, el precio medio de alquiler aumentó de 572 euros al mes a 735 y el precio de compra pasó de 1.782 a 2.193 euros por metro cuadrado. El aumento va a ser mucho más acusado en las zonas urbanas.

Disponer de ahorros para acceder a los recursos financieros que hacen posible la adquisición de un inmueble, marca la diferencia. Recibir una vivienda —o más— por herencia, se ha convertido en una soñada vía de estabilización residencial para quien desea y puede permitirse huir de un mercado de alquiler en el que las inquilinas y los inquilinos se encuentran desprotegidos antes finalizaciones de contratos y subidas de precios. La consecuencia de esta dinámica de los mercados de propiedad y alquiler lleva a los hogares de rentas bajas a hacer un esfuerzo económico casi imposible para mantener la vivienda.

En el estado español, esta situación ha estado favorecida por unas políticas de vivienda que en el pasado se van a centrar en incentivar la construcción y que desde la crisis de 2008 se han focalizado en resolver los problemas financieros de la banca en alquiler en lugar de orientarse a hacer posible la vida cotidiana de las familias.[12] Una muestra de estas prioridades es el marco tributario: una persona que compre una vivienda para utilizarla como primera residencia ha de pagar entre un 4 y un 10% de impuesto de transmisiones, mientras que las Sociedades Anónimas Cotizadas de Inversión Inmobiliaria (SOMICI) obtienen bonificaciones del 95%.

Garantizar el derecho a la vivienda requiere tres líneas de actuación: disponer de un parque de vivienda pública, aumentar las transferencias públicas hacia las familias para pagar la vivienda y controlar los precios. Una experiencia exitosa en la reducción drástica de la exclusión residencial es la de Finlandia. En este país nórdico, un gran acuerdo de estado entre los partidos con representación parlamentaria a finales de los años 80, va a dar lugar a una política de creación de vivienda pública para uso social que a estas alturas constituye más del 30% del parque total del país. El acuerdo de estado comporta también el desarrollo de mecanismos de protección basados en prestaciones para que personas y familias que presentan todo tipo de vulnerabilidades sociales puedan conservar la vivienda.[13]

«Papeles para todos»

En mayo de 2020 se van a impulsar diversas iniciativas para pedir una regularización extraordinaria de vecinos y vecinas que vivían en el estado español y que lo hacían sin permiso de residencia ni de trabajo. La campaña «#RegularizaciónYa» va a unir a 900 organizaciones de todo el estado en la reivindicación de una regularización permanente de todas las personas migradas y refugiadas. Estas entidades cifraban en 600.000 las personas en situación de irregularidad y expresaban en una carta al gobierno español que la pandemia estaba demostrando que muchas de las tareas imprescindibles para el sostenimiento de la sociedad durante la COVID-19, estaban siendo sostenidas por gente de orígenes diversos que se encontraban en situación de extrema vulnerabilidad a causa de la exclusión administrativa.

En Cataluña, la plataforma Casa Nostra Casa Vostra, se va a sumar a la reivindicación con una campaña titulada «Para que nadie quede atrás: papeles para todos». Entre las desigualdades potenciadas por la pandemia, las provocadas por el sistema de control migratorio van a hacerse muy visibles desde el primer momento. La parada de las actividades económicas informales o los abusos a los que se van a ver sometidos trabajadores y trabajadoras migrantes que subsisten gracias a estas actividades, fueron el primer síntoma del desigual impacto de la nueva crisis.

Porque la pandemia de la COVID-19 también va a contribuir a hacer más visible que hay personas que van por la calle con miedo a que les pare la policía, que no tienen una cobertura sanitaria completa, que no pueden pedir a quien les paga por limpiarle la casa que pida un ERTE o que les continúe pagando una parte del sueldo a pesar de no necesitar unos servicios que hace años que malpagan, que no pueden aspirar a ninguna protección social porque administrativamente no existen.

El sistema de control migratorio que constituye el motor de este profundo eje de desigualdad es algo históricamente nuevo. Los visados, los permisos y las situaciones de irregularidad no eran, ni de lejos, la principal preocupación de los más de 60 millones de europeos y europeas que entre 1870 y 1930, van a abandonar el viejo continente para instalarse en territorios de ultramar.[14] Es durante el siglo XX que los estados del centro del sistema económico —las potencias coloniales— establecen mecanismos de control del flujo de personas y mano de obra, mecanismo que se va a endurecer a medida que avanza la globalización dando lugar a una aparente paradoja: mientras la movilidad de capitales y mercancías crece, la de personas se ve limitada por los estados.[15]

Las restricciones de los derechos de las personas migradas se justifica por la necesidad de control sobre unos mercados laborales alejados de la plena ocupación que caracterizaba la parte central del siglo XX, y con argumentos identitarios. Los estados utilizan sus herramientas administrativas para definir un régimen de segregación en el que las personas migradas viven en una constante situación de excepcionalidad. La criminalización de la irregularidad administrativa —a menudo vinculada a la racionalización— genera un grupo social que ostenta el estatus de indocumentado o irregular y que constituye un volumen cada vez más grande de fuerza laboral barata, con acceso limitado a los servicios públicos y a cualquier tipo de protección, incluyendo la judicial.[16]

Hay muchos indicadores que ilustran las consecuencias de esta segregación y su creciente impacto. En Barcelona ciudad, como en la mayor parte de las grandes ciudades europeas, el peso de la situación de extranjería entre las personas en situación de exclusión social severa no ha hecho más que aumentar en los últimos años. Mientras que en 2008, el 42% de las personas sin hogar que dormían en las calles de la ciudad eran de nacionalidad española, en 2018: esta proporción se redujo al 25%.[17]

Hay sobrada evidencia empírica respecto a la incapacidad de las políticas de control migratorio a la hora de limitar la movilidad. Los movimientos migratorios se producen y las fronteras pretendidamente más impermeables no los paran, aunque alimentan la exclusión social y administrativa de las personas migradas. Si alguien con nacionalidad española prueba suerte en Alemania y se encuentra en medio de Berlín sin ingresos ni red social de soporte, volverá a casa, al menos temporalmente. Sabe que podrá intentar un nuevo proyecto migratorio en el futuro. No vive la posibilidad de retorno de la misma manera un mejicano en los Estados Unidos o un senegalés en Cataluña. Mientras el foco mediático y las turbulencias políticas se sitúan en las fronteras y en conceptos como «el efecto llamada», la encuesta de variaciones residenciales del INE muestra que en 2019 se establecen en el territorio español 784.000 personas de manera legal. También muestra el flujo de salida, que sube a unas 300.000 personas anuales.

Poner freno a las situaciones de irregularidad sobrevenida por la pérdida de trabajo y una mayor flexibilidad en la regularización tendrán como consecuencia una reducción de la exclusión, la explotación y la desigualdad.[18]

A modo de conclusión

Materializar estas propuestas, convirtiéndolas en políticas públicas, reduciría substancialmente la pobreza, aunque también la capacidad de acumulación de riqueza y de extracción de rentas a través del mercado laboral, del mercado de la vivienda y de los mercados financieros. Todas ellas tienen fervientes defensores y detractores, desde personas que las consideran imprescindibles para la sostenibilidad de nuestras sociedades, hasta quien las ve completamente irrealizables. Su valor no radica únicamente en la viabilidad, sino en el debate que provocan.

El reconocimiento del derecho a la subsistencia o el derecho a migrar con independencia de nuestra relación con el sistema productivo y el mercado laboral, puede guiar las políticas públicas aunque no existan los consensos sociales y políticos para la aplicación de una Renta Básica Universal o la libre circulación global. Desde los diferentes ámbitos de la administración se puede avanzar hacia la condicionalidad de las transferencias públicas y hacia facilitar el arraigo de vecinos y vecinas en situación de irregularidad. Debatir sobre la Herencia Universal o sobre la garantía efectiva del derecho a la vivienda nos lleva a desmontar el mito de la igualdad de oportunidades y nos debería orientad hacia políticas redistributivas y predistributivas. Unas políticas que han de nutrirse de sistemas tributarios más progresivos.

Y todo ello tiene una dimensión global que no podemos olvidar. Si en 1990, el Banco Mundial estimaba que un 36% de la población del planeta vivía en situación de pobreza extrema, en 2017 la cifra se situaba en el 9% de la población mundial. Globalmente, hemos pasado de 1.900 a 700 millones de personas pobres, si bien la reducción ha sido desigual dependiendo de la zona geográfica. Aunque este indicador no describe las profundas transformaciones en los sistemas productivos que han posibilitado que millones de personas pasen de no tener ingresos económicos a contar con más de 1,9 dólares al día. ¿Hasta qué punto la obrera que confecciona ropa en las fábricas de Dhaka para grandes firmas internacionales a cambio de un salario de 40 dólares mensuales es menos pobre que su abuela que vivía de la agricultura de subsistencia?

Parecería que es posible reducir la pobreza en un momento en el que la capacidad de acumulación de las grandes fortunas globales no hace más que aumentar. Pero cada vez más, voces expertas alertan que estos indicadores miden la mercantilización de la vida de la gente más que su salida de la miseria. Durante el 2020, año del inicio de la pandemia del COVID-19, la fortuna de las 20 personas más ricas del planeta, ha crecido un 24%; en términos absolutos, la fortuna de los 50 hombres más ricos, aumentó durante el mismo año, 640.000 millones de dólares.

Acabar con la pobreza requiere cambiar nuestra relación con la riqueza. Ni los mercados ni la filantropía garantizarán el acceso a la alimentación, el agua, la salud o la vivienda de 7.800 millones de personas. El camino para conseguirlo pasa por impulsar profundas reformas fiscales por la defensa global de los derechos de las personas trabajadoras, para situar los bienes imprescindibles para la vida fuera del alcance de las grandes empresas y los mercados internacionales. Medidas que limiten la capacidad de unos cuantos de enriquecerse indefinidamente y que obren horizontes más esperanzadores y sostenibles para todas.

Notas
[1] FOESSA, VII Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España.
[2]   Según la Encuesta de Condiciones de Vida de Cataluña (consultada en la página de IDESCAT), un 6,2% de la población se encuentra con muchas dificultades para lleguar a final de mes y un 20,5% afirman llegar con dificultad.
[3] BELZUNEGUI; VALLS, Diagnosi Social de Catalunya 2018: L’Estat de la pobresa.
[4] OXFAM, ¿Bienestar público o beneficio privado?
[5] BAUMAN, La globalización: consecuencias humanas.
[6] ARCARONS; RAVENTÓS; TORRENS, Renta básica incondicional: una propuesta de financiación racional y justa.
[7]  WACQUANT, Castigar a los pobres: El gobierno neoliberal de la inseguridad social.
[8] OFFE, «Basic income and the labor contract.».
[9]  RENDUELES, Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista.
[10]  ACKERMAN; ALSTOTT, «Your stake in America».
[11] PIKETTY, Capital e Ideología.
[12]  TRILLA, «Política de vivienda contra la desigualdad».
[13] SALES; GUIJARRO, «Finlandia: soluciones para los Sin Techo más allá del Housing First».
[14] SÁNCHEZ, «La época de las grandes migraciones: desde mediados del siglo XIX a 1930».
[15] GRAEBER,  «The Globalization Movement: Some Points of Clarification».
[16] MASSEY; DURAND; MALONE, Beyond smoke and mirrors: Mexican immigration in an era of economic integration.
[17] SALES, Qui dorm al carrer a Barcelona? Característiques de la població sense sostre de la ciutat segons les dades dels equips municipals d’intervenció social a l’espai públic.
[18] IZQUIERDO-ESCRIBANO, Crítica de la inmigración imaginada.

 

Referencias bibliográficas
  • ACKERMAN, Bruce; ALSTOTT, Anne. «Your stake in America». A Ariz. L. Rev., núm. 41(249), 1999.
  • ARCARONS, Jordi; RAVENTÓS, Daniel; TORRENS, Lluís. Renta básica incondicional: una propuesta de financiación racional y justa. Barcelona: Ediciones del Serbal, 2017.
  • BAUMAN, Zygmunt. La globalización: consecuencias humanas. Mèxic DF: Fondo de Cultura Económica, 2016.
  • BELZUNEGUI, Àngel; VALLS, Francesc. Diagnosi Social de Catalunya 2018: L’Estat de la pobresa. Barcelona: Generalitat de Catalunya, Departament de Treball, Afers Socials i Famílies i Universitat Rovira i Virgili, 2018.
  • FOESSA. VII Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España. Madrid: Fundación FOESSA y Cáritas Española Editores, 2019.
  • GRAEBER, David. «The Globalization Movement: Some Points of Clarification», a EDELMAN, Marc & HAUGERUD, Angelique (eds.), The Anthropology of development and globalization. From classical political economy to contemporary neoliberalism. Nova York: Blackwell, 1995.
  • IZQUIERDO-ESCRIBANO, Antonio. Crítica de la inmigración imaginada. Barcelona: Edición Bellaterra, 2016
  • MASSEY, Douglas; DURAND, Jorge i MALONE, Nolan. Beyond smoke and mirrors: Mexican immigration in an era of economic integration. Nova York: Russell Sage Foundation, 2003.
  • OFFE, Claus. Basic income and the labor contract. A Basic income studies, núm. 3 (1), pàg. 4-4, 2008.
  • OXFAM. ¿Bienestar público o beneficio privado? A OXFAM Internacional, 2019.
  • PIKETTY, Thomas. El Capital al segle XXI. Barcelona: La Magrana, 2014.
  • PIKETTY, Thomas. Capital e Ideología. Barcelona: Deusto, 2019.
  • RENDUELES, César. Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista. Barcelona: Editorial Seix Barral, 2020.
  • SALES, Albert. Qui dorm al carrer a Barcelona? Característiques de la població sense sostre de la ciutat segons les dades dels equips municipals d’intervenció social a l’espai públic. Àrea de Drets Socials de l’Ajuntament de Barcelona i Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans de Barcelona, 2019.
  • SALES, Albert i GUIJARRO, Laura. «Finlandia: soluciones para los sin techo más allá del Housing First». A Agenda Pública, de 23 de març de 2018.
  • SÁNCHEZ, Blanca. «La época de las grandes migraciones: desde mediados del siglo XIX a 1930». A Mediterràneo Económico, núm. 1. Instituto de Estudios económicos Cajamar. 2002.
  • TRILLA, Carme. «Política de vivienda contra la desigualdad». A El Periódico de Catalunya, de 14 de novembre de 2016.
  • WACQUANT, Loïc. Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad social. Barcelona: Gedisa, 2010.

Voluntariado con personas sin hogar: una reflexión necesaria

El arquetipo de Robinson Crusoe plantea una forma diferente de entender la situación de calle de las personas sin hogar. Un personaje cuyo proyecto vital naufraga y tiene que rehacer su vida y sobrevivir en una isla que, en contra de lo que se suele creer, no está desierta, sino habitada por una tribu de caníbales con los que, obviamente, es mejor no relacionarse demasiado. Un personaje al que no definimos por sus carencias materiales, sino por sus capacidades y su resiliencia. Un personaje cuyo mayor anhelo no es una buena comida, ni ropa limpia, ni siquiera un techo, sino dejar de estar solo; tener alguien con quien compartir su vida.

Es necesario empezar a ver de esta forma a las personas que están en situación de calle; no sólo su naufragio y sus necesidades evidentes, sino también su capacidad de salir adelante, día a día, a pesar de las circunstancias. Y, sobre todo, tenemos que empezar a ver y comprender su soledad radical y su aislamiento del resto de la sociedad “integrada”. Es necesario comprender que las personas en situación de sinhogarismo no son “otros” sino nosotros mismos con circunstancias y procesos vitales diferentes, fruto en demasiadas ocasiones del azar o de dinámicas sociales centrífugas. Es el único aspecto que no se puede resolver únicamente desde la intervención profesional, ni desde los recursos sociales para personas sin hogar. Es lo que explica la necesidad de un modelo de voluntariado social comprometido, dedicado a construir vínculos relacionales y afectivos desde la igualdad. Establecidos a partir de un principio de vecindad que en ocasiones puede confundirse erróneamente con la amistad, pero que es significativamente diferente, un encuentro entre personas en un espacio común e intercambian conversaciones, anecdotas y maneras de estar de forma mas o menos regular y alejado de la prestación o el intercambio de servicios. Y lo que explica también por qué este modelo de voluntariado social debe ser la base de cualquier estrategia de intervención con personas sin hogar en situación de calle.

Cada persona que hace voluntariado traslada a la persona a la que atiende en la calle la certeza objetiva de su valor. Porque elige hacer voluntariado durante su tiempo de libre disposición; un tiempo, siempre escaso, que se dedica al ocio, a las relaciones familiares y sociales, al descanso… A las cosas que para cada uno de nosotros y nosotras tienen más valor. Y una de esas cosas es estar con quien tiene que vivir en la calle. Y estar con esa persona, no por compasión ni pena, ni por llevar una manta, o ropa, o comida. Sino por empatía, para charlar y para compartir el mismo tiempo y las mismas ganas de estar juntos en igualdad.

Este tipo de relación horizontal entre diferentes, que en nuestra vida cotidiana mantenemos con frecuencia con nuestro entorno, la mayoría de las personas en situación de calle no pueden tenerlas si no es con otras en su misma situación. Ni los trabajadores de la limpieza o del cuidado de parques y jardines, ni los trabajadores de los locales comerciales, ni los vecinos, ni prácticamente nadie, se relaciona desde la igualdad con las personas que duermen en la calle. Tampoco los trabajadores de los recursos sociales. Y mucho menos, la policía.

El voluntariado social sí lo hace. Ese es precisamente su único objetivo manifiesto y la clave de su valor. Y cualquier modelo de intervención, desde el clásico “de escalera”, al “Housing First”, pasando por todos los modelos intermedios como “Housing Led”, plazas de pensión, pisos tutelados, etc., tendría mucho menos éxito sin esa intervención primera e incondicional del voluntariado en calle. Sin ese vínculo que establecen y que facilita que el resto de agentes y especialmente los que constituyen los equipos de calle, también puedan intervenir.

Este voluntariado es fundamental también por lo que aporta al resto de la red de atención y los agentes involucrados en la intervención social. En primer lugar y en tanto que primer referente permite tomar la temperatura a la situación de calle. Detectar cuando hay conflictividad con vecinos, comerciantes o policía y activar los mecanismos adecuados para intervenir, desde un enfoque preventivo y garantista con los derechos de las personas sin hogar, a través de las organizaciones de que forman parte. Sirve nuestra presencia además para conectar la red de atención y sus profesionales con los potenciales usuarios más alejados de los mecanismos habituales de detección e intervención, siendo esta la puerta de entrada de muchas personas sin hogar y el principal cometido del trabajo en red con los diferentes los profesionales y los recursos sociales. Un trabajo en red que debe partir del respeto de cada una de las partes de la autonomía y el papel del otro. El voluntariado se autolimita de forma consciente a su papel de mediador respentado los procesos y pautas de intervención y los profesionales han de respetar el espacio de relación y encuentro del voluntariado sin injerencias ni dirigismos.

Son, los y las voluntarias de este campo excelentes agentes de sensibilización en al menos dos aspectos: Por un lado, su presencia en la calle junto a las personas sin hogar rompe el habitual “muro invisible” que suele rodearlas, haciéndolas presentes en el espacio público y mostrando la radical injusticia de esta vivencia. Por otro lado, su experiencia de proximidad es fundamental en cualquier espacio de formación y divulgación más allá del mundo académico especializado. No olvidemos que la imagen que la sociedad en general tiene de las personas sin hogar en situación de calle se construye a partir de aquellas que están en la peor situación y, generalmente, con una evidente cronificación y deterioro. El mero relato de la experiencia y el punto de vista de un voluntario entre su entorno social ayuda a cambiar la visión estereotipada con la que las personas sin hogar cargan demasiadas veces. Esa experiencia y conocimiento desprejuiciado, basada en la experiencia diaria, es además piedra fundamental de cualquier proceso de mediación en los espacios vecinales y comerciales cuando surgen conflictos y dificultades de convivencia. Una vez mas, es “el igual” el que se dirige a ti, vecino afectado, exponiendo un punto de vista intermedio entre el tuyo y el del falso otro. En este sentido el verdadero éxito de este voluntariado es el de poder transmitir a la población general, alejada de la cotidaneidad de las personas sin hogar, el valor de la solidaridad como principio básico de intervención.

En este sentido, es importante señalar y dar el valor adecuado a las diferencias específicas del voluntariado con personas sin hogar respecto a otros. Es un voluntariado especialmente complejo, comprometido y difícil en tanto que no trabaja con un perfil concreto, ni estático (en la calle encuentran todas las formas de exclusión social en su forma más extrema: mayores, menores, discapacidad, enfermedad mental, adicciones, violencias diversas, etc.) Además, es el único voluntariado que no se realiza en un espacio controlado ni con personas estabilizadas y en tratamiento. Se realiza con personas en situación de calle que, en muchos casos, ni reciben atención específica ni tratamiento y que además rechazan los recursos sociales. Y para terminar, es un voluntariado que tiene que afrontar situaciones de duelo que no se dan en ningún otro voluntariado en tanto que, a menudo, son causadas por la falta de atención adecuada, una agresión, un suicidio, etc. A todo esto, se añade que la actividad se realiza de noche y sometida a las inclemencias climáticas y sin apoyo de los profesionales de la intervención.

Señalamos todo esto porque incide de manera directa en el perfil de las personas voluntarias. Mucho más comprometidas en general, lo que se refleja en periodos de voluntariado mucho más largos de lo habitual, pero también mucho más críticas con su acción de lo que es habitual. Es por lo tanto un voluntariado bastante particular y que responde mucho mejor cuando se le otorga responsabilidad y capacidad de decisión. Y para el que es imprescindible una formación de calidad. La formación es un derecho del voluntariado y también una responsabilidad. Para atender a personas en situación de calle es una necesidad.

En virtud de eso, es importante ofrecer espacios de reflexión y conversación formales e informales, donde socializar las experiencias, opiniones y conocimientos y a partir de todo ello, reflexionar de manera grupal e individual. Es necesario además el apoyo de la red de atención y sus profesionales en los desarrollos formativos y el reconocimiento tanto asociativo como institucional de un modelo de voluntariado que puede llegar a ser incómodo, por crítico, con las propias estructuras que sostienen la propia red de atención.


Artículo escrito por Enrique Cuesta @PumukiMolesta de Acción en Red Madrid y Jesús Sandín de Solidarios. Publicado en la revista de la Federación Europea de Organizaciones que trabajan con Personas sin Hogar FEANTSA.

Publicación en inglés aquí.