Al igual que otros términos de los que se ha apropiado la derecha para pervertirlos y trivializarlos en su interés, como “libertad”, la “participación ciudadana” también ha sido utilizada a su favor, sin dar importancia a lo que la gente necesita y aporta en favor del bien común. Más bien es un intento de demostrar a la opinión pública que lo tienen en cuenta, pero dejando el tema en “papel mojado” o en la pura abstracción.
La participación ciudadana es uno de los pilares en los que se asienta la democracia y un derecho reconocido en nuestra Constitución y en el propio Reglamento del Ayuntamiento de Madrid, que recoge: “La participación ciudadana es un requisito de buen gobierno democrático, y lo es en mayor medida en los gobiernos locales de las grandes ciudades, pues es en éstas donde existe un mayor riesgo de distanciamiento entre la ciudadanía y los gobernantes…”. Sin embargo, la participación social o comunitaria aún queda como un concepto propio de los colectivos más progresistas, sobre todo, en lo que se refiere a su praxis.
La siembra del 15M
Tenemos en Madrid ejemplos aún cercanos, como el 15 de mayo de 2011. El movimiento indignado de multitudes, que se concentró en la puerta del Sol, fue un despertar de distintas generaciones ante unos poderes económicos y políticos que dejaban a la gente sin presente ni futuro. A partir de ese día, surgieron movilizaciones en otras ciudades y países que pedían una sociedad mejor. En la organización del 15M el protagonismo era, sobre todo, de los jóvenes y no había jerarquías. Sí había unas “ideas fuerza” pidiendo más participación, menos corrupción y más democracia (o una mejor democracia). El movimiento se organizaba como una red (nodos de interconexión). De ahí partieron las asambleas en barrios y pueblos, las luchas antidesahucio, las mareas por la sanidad y la educación.
Esta realidad tuvo, como en otros casos, su efecto “souflé” y fue desinflándose en su intensidad, aunque quedaron unos gérmenes de pensamiento colectivo más crítico y de una democracia más participativa y menos confiada en políticas representativas surgidas de una élite dirigente. No obstante, surgió la dificultad de poder cambiar las políticas desde fuera y se planteó la posibilidad de acercar la lucha a unas instituciones larvadas de inmovilismo, corrupción y alejadas de la gente de a pie.
De esos gérmenes surgieron Podemos y las confluencias municipalistas para las elecciones de 2015. Muchas personas tuvimos un despertar ilusionante del sueño de gobiernos de izquierda. Fue el éxito de los llamados “gobiernos del cambio”: Madrid, Barcelona, A Coruña, Valencia, Zaragoza, Cádiz… Se tenía la premisa de gobernar con la gente, bajarse a la calle y conversar con vecinas y vecinos, conocer qué quieren y qué pueden aportar.
En Madrid renació la ilusión del 15M y la esperanza de un cambio en las instituciones, con la idea un tanto inocente de acercar lo municipal, lo vecinal y lo social. Ahora Madrid, con Manuela Carmena a la cabeza y con las contradicciones propias de una experiencia instrumental, hizo un gran trabajo en lo que a participación se refiere.
Ahora Madrid y la participación
“Decide Madrid” y “Presupuestos Participativos” fueron iniciativas importantes en cuanto a inclusividad y a recoger las inquietudes de personas que no conocían los procedimientos para participar y se les ofreció las herramientas adecuadas. Fueron experiencias con un reconocimiento internacional.
Sustituyendo a la “antigualla” de los Consejos Territoriales, a los que solo acudían un número escaso de representantes de asociaciones y los partidos políticos tenían capacidad de veto, los Foros Locales han supuesto una iniciativa importante en cuanto a participación vecinal. Una experiencia de cooperación y de compartir ideas y espacios de muchas personas alejadas de la política práctica. Han venido a recuperar la idea de la “demos” griega, de reunirse en el foro o plaza pública para decidir la política. Aún con algún hándicap, como el carácter no vinculante de las propuestas planteadas, la falta de competencias de las Juntas Municipales y un presupuesto escaso, han sido, y siguen siendo, una oportunidad de desarrollar la capacidad de trabajo colectivo para muchas vecinas y vecinos. Si bien es cierto que ha habido poco tiempo para consolidarlos y que habría que mejorar algunos aspectos.
Por el contrario, los Consejos de Proximidad que pretende introducir este gobierno municipal madrileño son, precisamente, lo más alejado de lo próximo, ya que las Mesas a crear están ya decididas de antemano según las áreas de gobierno del ayuntamiento y “controladas” políticamente por miembros de los grupos políticos del gobierno municipal. Además de no poder presentarse temas de carácter urgente y la frecuencia y número de participantes queda recortada.
Municipalismo
El municipalismo da valor al bienestar comunitario, pero también al personal. Es una política de lo cotidiano, de la cercanía con los problemas de la gente. En 2018, en Barcelona, tuvo lugar un encuentro de representantes de las llamadas “Ciudades del Bien Común” de nuestro país, con el respaldo de experiencias de otros países. En este encuentro se intentaron poner las bases de un municipalismo o “política de lo cercano”, lo que supone el derecho a modificar la ciudad para que sea más habitable.
Para muchos colectivos lo urbano se convierte en caballo de batalla contra políticas neoliberales, que conciben la ciudad como un trayecto entre zonas comerciales y con pocos espacios para paseantes. Es una lucha por desechar la mixofobia (Z. Baumann), ese miedo a lo diverso, a la mezcla de distintas gentes, un miedo que lleva a gobiernos conservadores a restringir derechos en pro de una mayor seguridad (Ley Mordaza) y a la protección contra amenazas de “radicales” y extranjeros no “legales”.
En las ciudades “del bien común” se gestiona la mixofilia (Z. Baumann), lo contrario al concepto mixofóbico, una generación de relaciones de proximidad con un carácter transformador. Se crean espacios de encuentro y acogida para gente diversa; más centros sociales y culturales autogestionados; espacios vecinales; red de huertos urbanos; opciones flexibles para proyectos de cooperativismo, autogestión o cogestión.
Ahora mismo hay un reto pendiente en este sentido, pues los “gobiernos del cambio” ya no están gobernando en casi ninguna de las ciudades citadas, pero el trabajo debemos seguir haciéndolo todas las personas que nos consideramos de izquierdas.
Pandemia y participación
El virus ha puesto la salud pública en el centro de atención de toda la ciudadanía y en la agenda política. Esto supone que los cuidados deben estar en primer plano: personas mayores alejadas de sus familias; la alimentación; los problemas de vivienda; la educación; la movilidad. Supone también, que los gobernantes locales deben volcarse en atender las necesidades de una población vulnerable y abatida; pero resulta que es el tejido social y vecinal, organizado antes de la pandemia, el que ha tenido que enfrentarse a estas vicisitudes.
Nuestro ejemplo cercano en Madrid, donde, a pesar de las dificultades, la ciudadanía se empezó a organizar para salir adelante y dar cobertura a las necesidades nuevas, que no se suplían por las instituciones. Así tuvimos, como ejemplos, mascarillas confeccionadas por distintos colectivos y personas, la iniciativa de impresoras 3D para fabricar EPI para centros hospitalarios, la recogida y reparto de alimentos por asociaciones vecinales y espacios autogestionados, el apoyo entre vecinas y vecinos…
Las llamadas “colas del hambre” han sido portada, por desgracia, de muchos medios de comunicación. De forma paradójica, este término se ha utilizado también por esos gobernantes que no solucionan los problemas reales y acuden a “hacerse la foto”, haciendo un paripé de entrega, que es mentira y que pretende ganar votos entre su gente. Han sido vecinas y vecinos quienes se han movilizado desde el comienzo del estado de alarma. La organización tanto para conseguir alimentos y productos de primera necesidad, como para el reparto, ha sido admirable. Entidades que se dedicaban a actividades culturales, educativas, deportivas, las cambian para convertirse en despensas solidarias. No podemos olvidar esas colas interminables en Aluche de personas procedentes, incluso, de otros barrios, abandonadas por la administración pública.
Zancadillas a la participación
El nuevo ejecutivo municipal en Madrid ha puesto todo tipo de trabas a la participación ciudadana desde su entrada en el ayuntamiento en 2019, aunque, en algunos casos, lo haya edulcorado. En otros, algunas iniciativas del gobierno de Ahora Madrid las han disfrazado para que parezcan propias (ejemplo de “Decide Madrid”, que al parecer no les molesta porque no hay participación directa) o las han desechado directamente.
Esas iniciativas, que han dado en llamar los “chiringuitos” o clientelismo de Manuela Carmena, PP, C´s y Vox se lanzaron a desmontarlos rápidamente. He ahí los casos de La Gasolinera (un centro cogestionado entre colectivos del barrio de Salamanca y la Junta Municipal de Distrito); la Casa de la Cultura de Chamberí (donde confluían distintos colectivos sociales del barrio); “El Palomar”, en las Tablas; “La Ingobernable” (espacio cedido a una Fundación privada); Eva ( un referente participativo en Arganzuela para muchas personas y donde se repartían alimentos últimamente)…Y todos los que están amenazados en estos momentos.
Otra zancadilla puesta por el equipo de gobierno madrileño a las organizaciones vecinales, con el fin de que se pudieran aprobar los presupuestos, es la exigencia de Vox de adelgazar las ayudas a estas entidades, entre ellas la FRAVM (Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid).
Y una medida llamativa, la eliminación de 232 proyectos de presupuestos participativos, aprobados por la ciudadanía entre 2016 y 2019. Esta acción supone un mazazo más para la participación y una falta de respeto para las personas que se involucraron en este proceso.
Después ha venido la reforma de la Ordenanza de Colaboración Público-Social y el anuncio de la sustitución de los Foros Locales (FFLL) por unos Consejos de Proximidad que, como se comenta más arriba, son un duro golpe a la participación, hecho de forma alevosa gracias a los impedimentos presenciales que supone una pandemia que dura ya un año.
Paradojas y sinsentidos
Desde el comienzo de la pandemia, en la mayoría de los barrios madrileños se han organizado redes solidarias para cubrir las necesidades y demandas de ayuda de personas afectadas. Mientras que el ayuntamiento no las reconoce oficialmente y, además, se jacta de dar solución a todos los casos. Para congraciarse con sus socios de gobierno tiene un doble rasero, por un lado son “chiringuitos” y por otro la realidad les estalla en forma de precariedad sin atender.
Además de las actividades suspendidas por el actual ejecutivo madrileño, llevadas a cabo por organizaciones vecinales ya asentadas desde hace años, de las expulsiones de locales con cesión legal, de las múltiples trabas para la colaboración ciudadana, se da la paradoja en estos últimos tiempos de la derivación de los Servicios Sociales municipales a familias vulnerables para que sean atendidas por entidades vecinales. Ha habido más casos, pero el último ha sido hace unos días. La Asociación Vecinal de Aluche hacía público un documento en el que se dejaba constancia de esta realidad por el escrito del Ayuntamiento de Madrid: “dada su situación de severa exclusión social (…) valoren positivamente la inclusión de esta unidad familiar en su programa de reparto de alimentación y productos de primera necesidad».
Es una clara dejación de funciones de un ayuntamiento que dispone de presupuesto suficiente para atender a estas necesidades, pero también es el reflejo de unos gobernantes que están más interesados en llegar a sus votantes que en solucionar los problemas de la gente más necesitada. Es también el claro ejemplo de que “solo el pueblo salva al pueblo” y de lo imprescindible que es gobernar para y con todas las personas.
Los retos que se nos presentan
Algunos colectivos de personas que nos consideramos activistas, tenemos frentes abiertos de luchas por la consecución de sumar participación, aún a pesar de las dificultades que suponen virus, estados de alarma, desconexión o falta de lo presencial. Son nuevos retos en situaciones nuevas y difíciles, pero que no debemos obviar.
Hay que consolidar la participación ciudadana para conseguir políticas de gobernanza más democráticas. Mejorar la convivencia, inventando nuevas fórmulas para reducir la angustia y la tensión que producen el distanciamiento social y que éstas no deriven en más autoritarismo y restricciones de derechos.
Son momentos muy difíciles, con situaciones dramáticas de efectos económicos y sociales incalculables a corto plazo, que van desgastando y agotando. Aún así hay que hacer un esfuerzo de aunar fuerzas, de involucrar al mayor número de personas en el debate y toma de decisiones, olvidando sectarismos y “cainismos” tan propios de alguna izquierda. Crear comunidad con debates y decisiones sobre las formas de vida; sobre los espacios donde queremos vivir; sobre la convivencia con personas de aquí y con quienes llegan huyendo del horror; sobre la sostenibilidad del consumo y el cuidado del medio ambiente.
Flor Cabrera.
Activista Social.
11 de abril de 2021.